Martes 20 de tiempo ordinario
Ezequiel 28, 1-10
Se hinchó tu corazón, y dijiste: 'Soy Dios
tú que eres hombre y no dios; te creías
listo como los dioses.
Aunque
sea en una forma menos glamorosa, nuestro corazón ha sido seducido muchas
veces, y lo sigue siendo, por una sutil vocecilla que le susurra cuán grande e
inteligente somos!
La
presunción está agazapada a cada paso y esquina de nuestro caminar.
Ocupar
nuestro sitio todo el tiempo, guardar las debidas perspectivas siempre, es una
hazaña, casi imposible de llevar a cabo.
Porque
entre otras cosas se da la mentalidad engañosa de que ocupar nuestro sitio y
puesto es ir contra nuestro ser de hombre, con potencialidad para cambiar
muchas cosas.
tu fortuna te llenó de presunción.
Nos
preguntamos gimiendo y llorando por qué pasamos por las pruebas, cuando las
calamidades, tragedias y tropiezos se dan en los linderos de nuestra
existencia.
Son un
don del Señor. Paradójicamente son las pruebas de su amor para que nos salgamos
del proceso de auto-endiosamiento y presunción.
Los
eventos que nos hacen morder el polvo, pequeños y grandes, descubren nuestro
verdadero tamaño y la idiotez de haber presumido de nuestra grandeza.
Se abre
pues la oportunidad de volver al Señor y confesar de nuevo que Él es el único,
que es nuestro absoluto, y nuestra felicidad es depender de su gloria.
Interleccional: Deuteronomio 32
No es porque su Roca los ha vendido, /
porque el Señor los ha entregado?
Eres el
único que puede tocar el corazón para mudarlo.
el Señor defenderá a su pueblo / y tendrá
compasión de sus siervos
Son
pueblo y siervos, que en Jesús serán amigos, quienes hacen conciencia y viven
de la fe que los hace depender del Señor.
Nuestro
proceso humanizador y civilizador en su rumbo adecuado pasa por la apropiación
viviente de la realidad de la dependencia del Señor, y en ella nuestra
plenificación y potenciación.
Mateo 19, 23-30
difícilmente entrará un rico en el Reino de
los cielos
Por su apego a las
riquezas.
Se
observa que individualmente o como sistema, la acumulación es signo de codicia,
aun cuando haya muestras de solidaridad poco comprometida.
Porque aun en la buena
obra se pueden colar el cálculo y el interés de acumular riquezas.
"Entonces,
¿quién puede salvarse?"
En alguna forma todos
somos ricos, y estamos apegados a alguna forma de riqueza
Este
espanto no tiene sentido si los discípulos no tuvieran idea de las riquezas, al
menos como proyecto de vida. Quién no quiere riquezas?
Se
muestran como el brillo que alumbra la oscuridad de las existencias y resuelve
la infelicidad.
Entonces
el espanto tiene que ser por el sentido de ricos que es el ideal de la mayoría
de las personas que no tiene el tesoro en el reino.
El reino
no tiene que ver con acumulación como programa de vida, sino con lo contrario.
La
riqueza divide, la solidaridad fraterniza y une.
Si el reino es
fraternidad y comunión, la codicia se constituye en un obstáculo insalvable e irredimible.
"Pues
nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?"
Son espontáneos y honestos los discípulos de Jesús en ese momento porque
no esconden su ambición de ser ricos en bienes materiales junto a Jesús.
Entre
los seguidores hay quienes se han despojado de lo material y ya no tienen la
acumulación y la codicia como meta existencial, como logro de la vida.
"Para
los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo
Porque si dependiera de nosotros nos quedaríamos ricos, pero sin Dios.
Con esta
fuerza queremos itinerar, con la convicción de que en el camino vamos con la
suma de las posibilidades, si le creemos más que a nosotros mismos y nuestros
apegos.
Es su
don mover el corazón del apego a la acumulación de bienes, a la riqueza.
De ahí
que aun en el pobre y mísero, a quien nos debe preocupar ayudar a salir de su
pobreza, se puede dar la codicia.
Y por
descuidar ese enfoque sobre el apego a la riqueza ciertos proyectos de
desarrollo y crecimiento material que acompañan la evangelización terminan en
fracaso, desunión, y mayor apego a lo material.
os
sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel
Como
toda realidad evangélica implica una transformación de lo corruptible.
El poder de los que lo
han abandonado todo por el Señor se verá al final.
El que
por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre y madre, mujer, hijos o tierras,
recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán
últimos, y muchos últimos serán primeros".
La dependencia del Señor, como la de Jesús de Nazareth, se manifiesta
aquí y ahora y al final también.
La fraternidad de la comunidad, en vez de la división y egocentrismo de
la sociedad sin Dios, es un bien que podemos disfrutar ya como realización
anticipada del reino.
Es la
prenda, el botón de muestra de lo que será en la plenitud.
No sólo
dejar posesiones sino también personas. Dejar relaciones. Dejar apegos
pecaminosos y desordenados.
Un despojo voluntario en el compartir engendra una
fraternidad que multiplica con creces lo que se ha dejado.
El Señor no se deja vencer en generosidad.