San Cirilo de Jerusalén Catequesis de
Jerusalén 22, Mystagogica 4,1.3-6.9
Nuestro Señor Jesucristo, en la noche en
que iban a entregarlo tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió
y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo». Y, después
de tomar el cáliz y pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad, bebed; ésta
es mi sangre». Si fue él mismo quien dijo sobre el pan: Esto es mi cuerpo,
¿quién se atreverá en adelante a dudar? Y si él fue quien aseguró y dijo: Esta
es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre? Por lo cual
estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento el cuerpo y la
sangre de Cristo.
REFLEXIÓN
Se plantea, para quien lo
ose negar, que se trata de la identidad del Jesús histórico, que en el pan y
vino se hace cuerpo y sangre, en una mesa que reúne para alimentar, para servir
alimentos. El escenario de una comida persuade que la identidad tiene que ver
con alimentación.
Pues bajo la figura del pan se te da el
cuerpo, y bajo la figura del vino, la sangre; para que al tomar el cuerpo y la
sangre de Cristo, llegues a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así,
al pasar su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos en
portadores de Cristo. Y como dice el bienaventurado Pedro, nos hacemos
partícipes de la naturaleza divina.
REFLEXIÓN
Tomarlo como alimento nos
implica en un proceso, conocido por demás, de asimilación, pero a la inversa.
Haciéndose nosotros como alimento, compartimos una identidad glorificada, y en
él somos divinidad.
En otro tiempo Cristo, disputando con
los judíos, dijo: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida
en vosotros. Pero como no lograron entender el sentido espiritual de lo que
estaban oyendo, se hicieron atrás escandalizados, pensando que se les estaba
invitando a comer carne humana.
REFLEXIÓN
Más bien entendieron a la
perfección y por eso se escandalizaron. Lo del sentido espiritual no es para
escamotear la realidad, sino trascendente, transignificado, más allá del uso
ordinario pero sin evacuar lo real. Un especie de antropofagia, sin la cual no
hay participación.
En la antigua alianza existían también
los panes de la proposición: pero se acabaron precisamente por pertenecer a la
antigua alianza. En cambio, en la nueva alianza, tenemos un pan celestial y una
bebida de salvación, que santifican alma y cuerpo. Porque del mismo modo que el
pan es conveniente para la vida del cuerpo, así el Verbo lo es para la vida del
alma. No pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos
simples y comunes: son nada menos que el cuerpo y la sangre de Cristo, de
acuerdo con la afirmación categórica del Señor; y aunque los sentidos te
sugieran lo contrario, la fe te certifica y asegura la verdadera realidad. La
fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan,
aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es
vino, aún cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; por eso
ya en la antigüedad, decía David en los salmos: El pan da fuerzas al corazón
del hombre y el aceite da brillo a su rostro; fortalece, pues, tu corazón
comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma. Y que con el
rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como
en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a
quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
REFLEXIÓN
Vendrán otras categorías en la filosofía tomista a formular la transustanciación como la clave ideológica. Sin embargo no terminará con ello la discusión, y habrá que recurrir a la imposición dogmática. Lo cual tampoco hace unidad.