martes, 7 de diciembre de 2021

PALABRA COMENTADA

 

 Martes 2 de Adviento

Isaías 40,1-11



REFLEXIÓN

"Consolad, consolad a mi pueblo -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados."

Quizás no lo podemos repetir, porque añadir que lo sucedido a las víctimas es un castigo, al sufrimiento de sus dolientes, es como un sadismo, y una desfiguración de la bondad del Señor.

Pero si sacamos al Señor de estas consecuencias, que tienen que ver más bien con las decisiones de los humanos, no podemos dejar de reconocer que en algún punto de la cadena de causalidades está la decisión humana frágil, pecadora, egoísta, pervertida o negligente.

Porque somos falibles, y con nuestras decisiones comprometemos a quienes no vemos en el tiempo.

Es la naturaleza del pecado ecológico: los ecosistemas que afectamos comprometen la seguridad y salud de generaciones posteriores. Y así no somos libres de pecado.

De este encadenamiento y como maldición, es que confesamos que hemos sido salvados y que no se trata de la última palabra, tal condenación al desastre.

 Hablar al corazón es un don del Espíritu y utiliza estrategias variadas: una es el grito, para que despierte la conciencia.

Pero la intención es la conversión. Se pretende seducir, persuadir, convencer, arraigar en el todo de la persona para ganar su docilidad.

Otros dirán que es lavado de cerebro o conciencia. La diferencia es que no hay violencia, coerción o manipulación en esta locución.

El dialogante habla con gran libertad y da signos de credibilidad sobre sus sanas intenciones.

Hoy vivimos un tiempo de agotada credibilidad, de inmensa suspicacia, porque hemos sido engañados secularmente.

Sin embargo es el riesgo de cada generación: decidirse a confiar o vivir en la desconfianza y perder el mensaje que salva.

Como las naciones en deuda, a merced de cobradores, así somos a lo largo de nuestra red existencial. Siempre algo debemos, o alguien paga nuestro incumplimiento.

No reconocerlo y reaccionar en consecuencia, persistir en nuestro desvarío, no produce sino más descarrilamiento personal y social.

Parte de la sabiduría de la Palabra consiste en elevar la conciencia de responsabilidad para percatarse cuánto pesamos para el resto con nuestras acciones.

Como la deuda interna y externa de las naciones que son-entre otras causas- el resultado de un despilfarro del que pocos se corrigen. Y los más vulnerables pagan a la par.

"En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale

Un consuelo es saber que está dispuesto a caminar entre nosotros el Señor.

Pero donde no parece posible, hemos de hacer un camino.

Requiere de nosotros preparar su advenimiento, allí donde no existen condiciones.

Se revelará la gloria del Señor

Entonces cuando lo hagamos

se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre

Hemos de vivir para verificar que la Palabra del Señor permanece y su credibilidad no mengua.

Aunque algunos en poco tiempo llenaron una larga vida, el resto de los mortales sólo en el curso del tiempo vamos precipitando la comprobación de esa Palabra fiel y permanente para siempre.

En esto consiste la sabiduría: el gusto añejo de la Palabra, que nos toma el paladar del espíritu.

No obstante hay un indicador permanente que nos facilita recuperar la cordura, si creemos y queremos.

Porque la Palabra entregada a la comunidad creyente para ser vivenciada y proclamada, debe mantener nuestra alerta, nuestra conciencia para un cambio de rumbo.

Es un fundamento sólido contar con un indicador así estable y constante.

Siempre y para todas las generaciones está disponible este esquema: prepararnos, que El vendrá.

Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder

El es tierno y cuidadoso. Nuestras culpas proyectadas sobre Él lo desfiguran como castigador. Es un desvarío, una tentación, una alienación que nos impide reconocer lo que somos en realidad y tomar decisiones justas.

En la celebración de la natividad que ahora preparamos, late como en un núcleo toda la revelación del poder del Señor: un niño nacido en pobreza y desamparo.

Cómo puede haber poder y fuerza, según nuestros estándares, en tal muestra de debilidad y exclusión?

Ese es el asombro que causa el misterio y que sólo se responde plenamente con adoración.

La adoración es el contraflujo de la corriente de rebeldía que recorre el mundo.

Salmo responsorial: 95



REFLEXIÓN

delante del Señor, que ya llega, / ya llega a regir la tierra: / regirá el orbe con justicia / y los pueblos con fidelidad

En consecuencia eso hacemos nosotros, eso debemos hacer: cantar y contar que el que llega viene a regir con justicia y  fidelidad.

Algo que todos necesitamos y por lo que clamamos, seamos o no creyentes.

La liturgia de adviento nos renueva el anhelo sobre la venida del Señor para una mayor justicia y nos anima a escrutar los signos de esa justicia en los acontecimientos cotidianos del mundo y nuestro contexto próximo.

Mateo 18,12-14



REFLEXIÓN

Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado

No se siente cómodo sabiendo que una está perdida.

No quiere decir que por una expone 99 a la inseguridad.

Nos habla, no de número sino de calidad.

No hay uno solo que no importe, como para no dedicarse a buscarlo.

Es el cuidado y la intensidad de amor del Señor, que apacienta sus ovejas.

Un pastor hecho y derecho, ama sus ovejas, hasta el extremo de no considerarlas sólo rebaño, sino únicas, cada una, en el rebaño.

Es una consigna: que nadie se pierda.

Todo esfuerzo por el Reino cuenta con ello.

La preocupación por los que no se pierden no se compara con la de los extraviados.

Una imagen que refuerza es la de la madre angustiada por el hijo descarriado. Pareciera no tener más hijos.

Y sin embargo por el débil tiene debilidad, porque sabe su dificultad y calibra su responsabilidad, en forma diferente a los que juzgan desde fuera.

No quiere decir que no se alegre por las que no se pierden. Más bien descansa sabiendo que están bien.

La alegría es porque la perdida ha sido hallada.

Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.

Cuando los extraviados son pequeños, que todos lo podemos ser, porque no alcanza nuestra estatura para justificarnos, ni damos muestras de suficiente fuerza para emprender solos el viaje de retorno.

Para el Padre todos somos pequeños mientras consintamos en que la verdadera salvación viene de su mano.

No puede considerase pequeño quien no reconoce su necesidad de salvación en el sentido que no lo aporta el mundo.

Ignacio de Loyola aceptaba para su mínima Compañía de Jesús gente desgarrada del mundo. Para quienes después de experimentada la solución que brindaba el mundo a la necesidad de salvación, se volvían a la única plena.

Hay por tanto una especie de adolescencia en la fe por la cual buscamos afanosamente salvación en cuanto rincón se nos antoja interesante para explorar. Hasta que nos abrimos a reconocer que no viene de allí lo que nos satisface a plenitud.

Entonces estamos preparados como pequeños para la alegría del Padre que nos ha estado buscando por estar perdidos.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1468171471126151168?s=20

DOCTORES DE LA IGLESIA

OFRECIÓ SU SUFRIMIENTO POR LA IGLESIA COMO SACERDOTE DE LA VIDA CORRIENTE
 
De las Cartas de san Ambrosio, obispo
(Carta 2, 1-2. 4-5. 7: PL 16 [edición 1845], 847-881)


EL ATRACTIVO DE TUS PALABRAS HAGA DÚCTIL A TU PUEBLO

Has recibido la carga del sacerdocio. Sentado en la popa de la Iglesia, gobiernas la nave en medio de las olas que la combaten. Mantén firme el timón de la fe, para que las fuertes tormentas de este mundo no te hagan desviar de tu rumbo. El mar es ciertamente grande y dilatado, pero no temas, porque él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.

Por ello no es de extrañar que, en medio de un mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la roca apostólica, permanezca estable y, a pesar de los furiosos embates del mar, resista inconmovible en sus cimientos. Las olas baten contra ella, pero se mantiene firme y, aunque con frecuencia los elementos de este mundo choquen con gran fragor, ella ofrece a los agobiados el seguro puerto de salvación.

Sin embargo, aunque fluctúa en el mar, se desliza por los ríos, principalmente por aquellos ríos de los que dice el salmo: Levantan los ríos su voz. Porque existen unos ríos que manan de aquel que ha tomado de Cristo la bebida y ha recibido el Espíritu de Dios. Éstos son los ríos que, por la abundancia desbordante de la gracia espiritual, levantan su voz.

Y existe también un río que se precipita entre sus santos como un torrente. Y existe un río que, como el correr de las acequias, alegra al alma pacífica y tranquila. Todo aquel que recibe de la plenitud de este río, como Juan Evangelista, como Pedro y Pablo, levanta su voz; y, así como los apóstoles pregonaron por todos los confines de la tierra el mensaje evangélico, así también éste se lanza a anunciar esa Buena Nueva del Señor Jesús. Recibe, pues, de Cristo, para que puedas hablar a los demás. Acoge en ti el agua de Cristo, aquella que alaba al Señor. Recoge el agua proveniente de diversos lugares, la que derraman las nubes de los profetas. Todo aquel que recoge el agua de los montes, el que la hace venir y la bebe de las fuentes, la derrama luego como las nubes. Llena, pues, de esta agua tu interior, para que la tierra de tu corazón quede humedecida y regada por sus propias fuentes.

Para llenarse de esta agua es necesaria una frecuente e inteligente lectura; así, una vez lleno, regarás a los demás. Por esto dice la Escritura: Si las nubes van llenas, vierten lluvia sobre la tierra.

Sean, pues, tus palabras fluidas, claras y transparentes, de modo que tu predicación infunda suavidad en los oídos de tu pueblo y con el atractivo de tus palabras lo hagas dúctil. De este modo te seguirá de buen grado a donde lo lleves.

Tus exhortaciones estén llenas de sabiduría. En este sentido, dice Salomón: Las armas del espíritu son los labios del sabio; y, en otro lugar: Tus labios estén atados por la inteligencia, es decir, que tus sermones brillen por su claridad e inteligencia, y que tus exhortaciones y tratados no tengan necesidad de apoyarse en las afirmaciones de los demás, sino que tus palabras se defiendan con sus propias armas, y que ninguna palabra vana y sin inteligencia salga de tu boca