San León Magno Sermón 8 sobre la pasión del Señor 6-8
Que
nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad, reciba con puro y libre
corazón la gloria de la cruz que irradia por cielo y tierra, y trate de
penetrar interiormente lo que el Señor quiso significar cuando, hablando de la
pasión cercana, dijo: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del
Hombre. Y más adelante: Ahora mi alma está agitada, y, ¿qué diré ? Padre,
líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre,
glorifica a tu Hijo. Y como se oyera la voz del Padre, que decía desde el
cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo, dijo Jesús a los que le
rodeaban: Esta voz no ha venido por mi, sino por vosotros. Ahora va a ser
juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y
cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
REFLEXIÓN
Algo había que hacer para arreglar un mundo que
según las apariencias viola, delinque, peca hasta la saciedad, generación tras
generación, sin que parezca poder detenerse. Un mundo creado bueno pero
aparentemente incapaz de autosostenerse en lo bueno, sino deslizándose hacia lo
maligno.
Tal explicación no hace más que hacer surgir
preguntas sobre la clase de divinidad que se ha revelado por las fuentes que
son aceptadas por muchos. No va a favor de nuestra lógica. Porque si hay
malignidad también hay benignidad, si hay forajidos también justicieros, si hay
pecadores también santos. No eran suficientes para mantener andando la creación
en el bien?
¡Oh
admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella podemos
admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado.
Atrajiste a todos hacia ti, Señor, porque la devoción de todas las naciones de
la tierra puede celebrar ahora con sacramentos eficaces y de significado claro,
lo que antes solo podía celebrarse en el templo de Jerusalén y únicamente por medio
de símbolos y figuras. Ahora, efectivamente, brilla con mayor esplendor el
orden de los levitas, es mayor la grandeza de los sacerdotes, más santa la
unción de los pontífices, porque tu cruz es ahora fuente de todas las
bendiciones y origen de todas las gracias: por ella los creyentes encuentran
fuerza en la debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte. Ahora,
al cesar la multiplicidad de los sacrificios carnales, la sola ofrenda de tu
cuerpo y sangre lleva a realidad todos los antiguos sacrificios, porque tú eres
el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de esta forma en ti
encuentran su plenitud todas las antiguas figuras y así como un solo sacrificio
suple todas las antiguas víctimas, Así un solo reino congrega a todos los
hombres.
REFLEXIÓN
La fe tradicional, mantenida serenamente en el
sufrimiento del testimonio , apuesta por Jesús crucificado y resucitado, como
el final de la historia, en ciernes. Estamos en el principio del fin, es el
clamor creyente. El hacha puesta a la raíz, el maligno condenado
definitivamente. Pero el sufrimiento que causa vivir este proceso no cesa.
Confesemos,
pues, amadísimos, lo que el bienaventurado maestro de los gentiles, el apóstol
Pablo, confesó con gloriosa voz diciendo: Podéis fiaros y aceptar sin reserva
lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
Aquí radica la maravillosa misericordia de Dios para con nosotros: en que
Cristo no murió por los justos ni por los santos, sino por los pecadores y por
los impíos; y como la naturaleza divina no podía sufrir el suplicio de la
muerte, tomó de nosotros, al nacer, lo que pudiera ofrecer por nosotros.
Efectivamente, en tiempos antiguos, Dios amenazaba ya con el poder de su muerte
a nuestra muerte profetizando por medio de Oseas: Oh muerte, yo seré tu muerte;
yo seré tu ruina, infierno. En efecto, si Cristo al morir tuvo que acatar la
ley del sepulcro, al resucitar, en cambio, la derogó hasta tal punto que echó
por tierra la perpetuidad de la muerte y la convirtió de eterna en temporal, ya
que si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.
REFLEXIÓN
Es decir, que el proceso se alimenta de los caídos,
los débiles, los pecadores arrepentidos, que claman por salvación, y no cesan
de buscar solución en la cruz. La cruz es la sanación y la vida de la muerte.