jueves, 6 de octubre de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Jueves 27 de tiempo ordinario

Año Par

Gálatas 3, 1-5



REFLEXIÓN

¿recibisteis el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe?

Ley, era y es para muchos judíos, una cultura: conjunto organizado de costumbres, tradiciones, creencias.

Ley también era para muchos judíos devotos, la alianza con el Innombrable, por la cual fueron elegidos para una Promesa, y en quien habían depositado su fe por siglos, incluso con martirio.

Entendemos que Pablo se dirige a los que detentan el primer sentido. Una creencia y presunción horizontal como si la belleza y sabiduría de las normas, leyes, disposiciones por el hecho de ser promulgadas, estudiadas y aun guardadas, garantizara el reino.

Y cuando Pablo señala esto contra la Ley judía, no se queda atrás contra las costumbres Helenas.

Su todo es Jesucristo crucificado, que hizo estallar la sabiduría humana, con la de Dios.

La presentación de Jesús crucificado fue con fe en él, por parte de Pablo. A esta fe los creyentes respondieron con fe. La fe que asume responde a la fe que anuncia. De fe en fe. Anuncio de fe, respuesta de fe. Transmisión.

Y la observancia de la ley no tiene nada que hacer en esta fe. Es gratuita, no es un pago ni un mérito observarla.

¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la carne! ¡Tantas magníficas experiencias en vano!

Se empieza bien, se puede terminar mal.

En el camino, en el proceso, se infiltra un enemigo que puede torcerlo todo.

Tantas magníficas experiencias en vano

No hay seguridad en nada ni de nada, en nadie ni de nadie. Lo que se hizo bueno puede no ser suficiente. Somos siervos inútiles.

Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace? ¿Porque observáis la ley, o porque respondéis a la fe?

Gálatas somos todos los que incurrimos una y otra vez en la estupidez de creer que la cultura salva, como el Espíritu.

Interleccional: Lucas 1



REFLEXIÓN

Nos ha suscitado una fuerza de salvación / en la casa de David, su siervo

Jesús y su anuncio transmitido generacionalmente

Los verdaderos israelitas que viven más la alianza que la Ley, siguen siendo aun en el cristianismo el pueblo elegido, porque portan la fe que salva en el Espíritu de Jesús crucificado.  

Lucas 11,5-13



REFLEXIÓN

Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Dicho en otra forma, la fe nos debe hacer impertinentes e inoportunos. Demandantes hasta conseguir lo que necesitamos.

En estos tiempos de tanta queja y reclamo, se pone en efecto la insistencia como medio insustituíble para obtener la escucha.

Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,

La Palabra como ninguna otra comunicación celestial conocida en la historia de las religiones muestra una divinidad con voluntad de ser importunada.

Nosotros nos cansamos primero, y desconfiamos innecesaria y tontamente, cuando medimos la generosidad del Señor por la nuestra, que es más bien mezquindad.

Más claro no canta un gallo. No podemos dejar que el mal espíritu se adueñe de nuestro buen espíritu que clama incesantemente, con el pensamiento melifluo de resignarse a la voluntad de Dios.

El buen espíritu nos impulsa a la impertinencia y sólo al final, se pone en manos del querer de Dios que nos otorgue distinto a lo pedido.

Porque la impertinencia es también voluntad del Señor, que quiere a sus hijos como demandantes, a la altura propia de un coheredero.

Nos pide la audacia y la magnanimidad de aquellos que se sienten con Él como en casa.

Se dan opiniones en el sentido de no pedir a Dios nada, sino confiar en Él absolutamente, porque sabe lo que necesitamos.

Es otra visión, otro enfoque frente al que afirma que el Señor lo conoce todo de nosotros y sin insistir debemos confiar en que nos ayudará.

Son enfoques excluyentes o convergentes?: insistir y confiar?.

Si así fuera la oración, madre de todas las oraciones, el padrenuestro no pediría que nos diera el pan del sustento diario.

No debiéramos prejuzgar sobre lo que sí o lo que no agrade al Señor para solicitarle en la oración, sino pedir con la actitud del niño que confía y no se inhibe considerando por cálculo qué será mejor o qué no.

¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

El que no cesa de gemir en nosotros de modo inenarrable e interpreta ante el Señor nuestro profundo deseo del Reino.

Dar Espíritu Santo no es dar cosas. Es el Espíritu el que ora en nosotros, con gemidos inenarrables. Pido el Espíritu Santo, que es el que pide en mí lo que debo pedir.

Porque el Espíritu que nos concede el Padre es la libertad de los hijos para pedir sin retención o inhibición .

Incluso es el que nos ayuda a entender al buen Padre cuando lo que pedimos no nos conviene tanto o es menos oportuno.

Pero la petición no es de cosas sino de Espíritu, de Reino. Lo demás viene por añadidura.

Ese reino ya está en nosotros, actuando.

Por eso con frecuencia sentimos resistencia y lucha. Y por que lo hay, es señal del reino avanzando y profundizando su transformación.

Se perciben, se intuyen actitudes nuevas que implican dificultad.

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BEATO CARLO



 De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Filadelfios
(Cap. 1, 1--2, 1; 3, 2--5: Funk 1, 226-229)
 
UN SOLO OBISPO CON LOS PRESBITEROS Y DIÁCONOS

 Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo que habita en Filadelfia del Asia, que ha alcanzado la misericordia y está firmemente asentada en aquella concordia que proviene de Dios, y tiene su gozo en la pasión de nuestro Señor y la plena certidumbre de la misericordia que Dios ha manifestado en la resurrección de Jesucristo: mi saludo en la sangre del Señor Jesús.

 Tú, Iglesia de Filadelfia, eres mi gozo permanente y durable, sobre todo cuando te contemplo unida a tu obispo con los presbíteros y diáconos, designados según la palabra de Cristo, y confirmados establemente por su Santo Espíritu, conforme a la propia voluntad del Señor.

 Sé muy bien que vuestro obispo no ha recibido el ministerio de servir a la comunidad ni por propia arrogancia ni de parte de los hombres ni por vana ambición, sino por el amor de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Su modestia me ha maravillado en gran manera: este hombre es más eficaz con su silencio que otros muchos con vanos discursos. Y su vida está tan en consonancia con los preceptos divinos como lo puedan estar las cuerdas con la lira; por eso me atrevo a decir que su alma es santa y su espíritu feliz; conozco bien sus virtudes y su gran santidad: sus modales, su paz y su mansedumbre son como un reflejo de la misma bondad del Dios vivo.

 Vosotros, que sois hijos de la luz y de la verdad, huid de toda división y de toda doctrina perversa; adonde va el pastor allí deben seguirlo las ovejas.

 Todos los que son de Dios y de Jesucristo viven unidos al obispo; y los que, arrepentidos, vuelven a la unidad de la Iglesia también serán porción de Dios y vivirán según Jesucristo. No os engañéis, hermanos míos. Si alguno de vosotros sigue a alguien que fomenta los cismas no poseerá el reino de Dios; el que camina con un sentir distinto al de la Iglesia no tiene parte en la pasión del Señor.

 Procurad, pues, participar de la única eucaristía, porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a su sangre; uno solo el altar y uno solo el obispo con el presbiterio y los diáconos, consiervos míos; mirad, pues, de hacerlo todo según Dios. Hermanos míos, desbordo de amor por vosotros y, lleno de alegría, intento fortaleceros; pero no soy yo quien os fortifica, sino Jesucristo, por cuya gracia estoy encadenado, pero cada vez temo más porque todavía no soy perfecto; sin embargo, confío que vuestra oración me ayudará a perfeccionarme y así podré obtener aquella herencia que Dios me tiene preparada en su misericordia; a mí, que me he refugiado en el Evangelio, como si en él estuviera corporalmente presente el mismo Cristo, y me he fundamentado en los apóstoles, como si se tratara del presbiterio de la Iglesia.