jueves, 18 de enero de 2024

PALABRA COMENTADA

Jueves 2 de tiempo ordinario

Año Par

1Samuel 18, 6-9



REFLEXIÓN

A Saúl le sentó mal aquella copla, y comentó enfurecido: "¡Diez mil a David, y a mí mil! ¡Ya sólo le falta ser rey!" Y a partir de aquel día Saúl le tomó ojeriza a David.

La Palabra es muy sobria en la descripción de las motivaciones profundas de la conducta humana, pero certera en su simplicidad. No se parece a nuestra compleja descripción de los estados mentales alterados, ni de los análisis de las decisiones apasionadas.

Quizás porque no es cómplice para suavizar en su juicio lo que está mal, y como tal lo establece.

Hoy somos muy comprensivos de las posibles circunstancias que pudieran atenuar la libertad de la voluntad que decide. Es que todos somos cómplices. Todos tenemos algo por lo que sentirnos culpables. Todos cuando somos sinceros nos reconocemos culpables de algo. Y las atenuaciones del juicio sobre las conductas manifiestan una empatía cercana a la impunidad. Juzgamos como quisiéramos que nos juzgaran. Más que misericordiosos somos complacientes y permisivos.

Saúl expresó –hoy diríamos que espontáneamente- su amargura por no ser reconocido en la copla que elogiaba más a David, su subordinado. Pero era objetivo al dejarse llevar por esa indignación? No porque David efectivamente había terminado la batalla con un despliegue de eficacia envidiable. Y eso fue lo que hizo palidecer a Saúl: la envidia. No era feliz con el reconocimiento ajeno.

Jonatán, hijo de Saúl, quería mucho a David y le avisó

La historia se construye con decisiones humanas favorables y desfavorables a otros. Para el creyente su estabilidad y paz, así como el sustrato que nutre sus decisiones según Dios, es la confianza mediante la que descansa en el abrigo que el Señor le provee contra las decisiones dañinas y perjudiciales. Y aun cuando sea víctima de ellas, cuenta con la esperanza de fortaleza para superar esas adversidades.

Esta visión aporta una perspectiva saludable y positiva sobre el curso de la historia personal y general. Por lo que los creyentes que han asumido libre y conscientemente la misma son ciudadanos constructivos de cualquier sociedad que quiera contar con ellos.

Saúl hizo caso a Jonatán y juró: "¡Vive Dios, no morirá!"

Una pausa, un respiro, una tregua. No la intención definitiva porque el corazón de Saúl siguió entenebrecido. 

Inquinas susurradas al oído del corazón han determinado el desvío de muchas existencias del Designio del Señor. Como lo que nos cuenta Juan de Judas Iscariote, cuando salió de la última cena con Jesús a la oscuridad, a las tinieblas.

Salmo responsorial: 55



REFLEXIÓN

en Dios confío y no temo; ¿qué podrá hacerme un hombre?

Una oración que se puede convertir en mantra para preservar nuestra confianza y gusto por la vida, y alejar los nubarrones que inspiran pensamientos paranoides.

Marcos 3,7-12



REFLEXIÓN

Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo

La necesidad, la carencia, el dolor, el sufrimiento, la miseria imparable de la gente del tiempo de Jesús y de todo tiempo, hace pensar en un caldo de cultivo de otros males, y también de redención.

Porque a más de uno el servicio aportado por Jesús ha inspirado su propia vocación para aliviar a las gentes.

No solamente tal caldo de cultivo incita a la revancha del resentimiento incubado por tanta frustración. No solamente la revolución que no construye lo suficiente para compensar la destrucción ocasionada sale de ese caldo.

También la revolución silenciosa de servicio por el reino va cundiendo con su alivio, reparación, perdón, fraternidad.

Esto debieron aprender de Jesús sus discípulos conviviendo con él: inspirarse en él para servir la necesidad de muchos.

él les prohibía severamente que lo diesen a conocer

De los espíritus inmundos no puede provenir la confesión y reconocimiento del Hijo de Dios.

Jesús muestra saber bien quién es él, su autenticidad, su misión, y saber que cuenta con el amor de su Padre, de manera que no lo desvía, ni lo enajena, el elogio desproporcionado y desde fuera, o el oprobio que victimiza. 

Jesús de Nazaret como paradigma de solidez y equilibrio que se autoustenta y se afirma en sus convicciones.

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1Samuel 18, 6-9 

Salmo responsorial: 55 

Marcos 3, 7-12 

 

BEATO CARLO



 De las Cartas de san Fulgencio de Ruspe, obispo
(Carta 14, 36-37: CCL 91, 429-431)

 

CRISTO VIVE PARA SIEMPRE PARA INTERCEDER POR NOSOTROS

 

Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo.» Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio, según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es Cristo Jesús, hombre también él, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró de una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario hecho por mano de hombre y figura del venidero, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por medio de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo.»

Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.

Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados. Pero al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar de este modo que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.