San Juan Crisóstomo Catequesis 3,13-19
¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recorramos las antiguas Escrituras. Inmolad, dice Moisés, un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa. ¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional ¿puede salvar a los hombres dotados de razón? «Sin duda, responde Moisés: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor».
REFLEXIÓN
La sangre ha estado presente en sacrificios de gentes y religiones, como una ofrenda preciosa, suficiente y precisa, para servir de protección y para rogar asistencia, por parte de alguna divinidad. La sangre de Jesús, es para muchos convertidos a su nombre, la única capaz de colmar esas ubicuas expectativas de liberación y salvación, como una convergencia prometida y feliz. Por qué la sangre? Por su vinculación a toda vitalidad y energía. Sin ese torrente ningún organismo se mueve. Por su color rojo profundo, que nos hace iguales los humanos en su totalidad. Porque si ocasionamos su derramamiento despertamos una sed de venganza casi imparable.
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos. ¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero y yo recibo el fruto del sacrificio. Del costado salió sangre y agua.
REFLEXIÓN
Muchas manos procuran hoy que la sangre de Jesús, eucarística, continúen salvando a los que creen en su valor. Muchas aunque cada vez menos, como si se fuera mutando en una eucaristía de vida corriente y servicial, protagonizada por meros laicos sin jerarquía. Ofrecidos a toda obra que repercuta en la calidad de vida de quienes han perdido la esperanza de humanización.
No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva. Por esta misma razón afirma San Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues de la misma forma que Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.
REFLEXIÓN
La Iglesia de los creyentes fraternos, bautizados y comensales de Jesús, son la nueva humanidad: hombre nuevo y mujer nueva. Nuevo Adán y nueva Eva en proceso, en camino. La jerarquía como los aguateros de una caminata, distribuye agua y sangre de Jesús.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquél a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.
REFLEXIÓN
No podríamos hacer nada desnutridos. Por eso Jesús dona su Espíritu para que fecundemos en Iglesia, nos nutramos y sigamos peregrinando. Él como novio va entre nosotros, multiplicando el alimento de vida, con su Palabra, Agua y Sangre.