martes, 26 de enero de 2021

DOCTORES DE LA IGLESIA

 

Martes, III semana
San Basilio Magno Regla mayor, respuesta 2,2-4

¿Qué lenguaje será capaz de explicar adecuadamente los dones de Dios? Son tantos que no pueden contarse, y son tan grandes y de tal calidad que uno solo de ellos merece toda nuestra gratitud. Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en su sano juicio dejará de hablar de él, aunque se trate en realidad del más inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien, reprimió, mediante amenazas, sus tendencias al mal y estimuló con promesas su esfuerzo hacia el bien, manifestando en varias ocasiones por anticipado, con el ejemplo concreto de diversas personas, cual sea el término reservado al bien y al mal. Y, aunque nosotros, después de todo esto, perseveramos en nuestra contumacia, no por ello se apartó de nosotros. La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron; además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito, y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa. Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado. Y, cuando pienso en todo esto –voy a deciros lo que siento– , me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio.



REFLEXIÓN

Realmente no hay paga posible por este don en Jesús de Jesús. Hay eso sí, un ansia de correspondencia que no viene impuesta por ninguna ley, ninguna regla, ninguna manipulación sino que el don mismo incita y promueve desde lo más profundo de las conciencias. Y así se dice en las palabras del salmo: Cómo pagaré al Señor? Levantaré la copa de la salvación e invocaré su nombre…Sal 115 ,3-4

lunes, 25 de enero de 2021

PALABRA COMENTADA

 

La Conversión de san Pablo

Hechos 22,3-16



REFLEXIÓN

perseguí a muerte este nuevo camino

Pablo fue público y notorio perseguidor, motivado por el celo fundamentado en su formación y opción farisea.

"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Yo pregunté: "¿Quién eres, Señor?" Me respondió: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues."

Jesús sale a responder por sus seguidores, aunque no lo sepan. Y aunque no lo profesen, sale a responder por los perseguidos. Aunque no estén enterados de su causa. Se da en él un testimonio de un Padre amoroso y protector, que mira por los vulnerables.

Éstos son muchos: todos los que pueden ser abusados y se encuentran impotentes, para establecer y hacer respetar su derecho.

Son tantos que nos fatigamos e irritamos por los muchos que aparecen. Se consigna así una época : los demandantes salen de todas partes y se manifiestan por todos lados, y el sistema no alcanza a dar respuesta.

Un encuentro cambia su rumbo y proyecto de vida a favor de la sinagoga.

Experimenta a Jesús de Nazaret vivo, que se solidariza, hace suya la suerte de los perseguidos, tal como se le atribuye en dichos de los evangelios.

Yo pregunté: "¿Qué debo hacer, Señor?"

No se trata de un relato de un equizofrénico sino uno de misión: qué debo hacer.

Un relato que refiere a un sentido de responsabilidad.

Es un relato ético: pone a Pablo en la senda de resarcir el daño que ha producido en muchos con su persecución.

Pablo ha respondido a la gracia que lo confronta y le pide cambio.

La naturaleza del encuentro gratuito con Jesús lo hace disponible. Cambia el objeto de su celo, se ofrece en una oportunidad única a la misión a la que lo llama la voz.

La disposiciòn que experimenta en este encuentro es abierta, para que el Señor Jesús disponga en adelante.

No pone ni reparo ni condición. Se deja llevar. Es la vivencia de la libertad sin barreras que infunde el Espíritu.

Un instante del tiempo-espacio en el que se respira a pleno pulmón.

Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer."

Que vuelva al tejido social pero con otro signo, a la comunidad.

"El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados."

Hemos recibido el bautismo. Una sola vez. Único como la entrega de Jesús. Definitivo como su muerte y resurrección.

Sin embargo, se vive en la existencia con poco impacto. En parte porque no se vivencia lo suficiente. Su significado se pierde en la corta edad que se recibe, en el rito humano que ahoga el teológico.

Sólo la intervención de la comunidad irá haciendo posible su crecimiento y maduración, hasta convertirnos en testigos de cierto peso y con la responsabilidad de una misión.

La Palabra nos invita a un reconocimiento a la gracia del Señor, que transforma el corazón humano y que elige una persona para la misión por el reino.

Nos pone el testimonio de Pablo perseguidor y apóstol, como un signo de su poder de conversión.

No obstante la conversión de Pablo no se reduce a un momento de encuentro, dramáticamente narrado, sino a todo un proceso en el que admite ser enseñado y se dispone a aprender nuevamente, aunque era alguien suficientemente capacitado en las escrituras del judaísmo.

Pablo vuelve a leer las mismas con una nueva clave: Jesús nazareno, el Justo. Pues así se le conoció en un principio, antes de la elaboración cristológica.

Cambio de clave, aprendizaje para el uso de la clave. Este es el proceso de conversión al que la gracia y misericordia del Señor nos llama constantemente. Nuestra existencia completa es una carrera hacia ese objetivo: apropiarnos de la clave.

Según esto podemos contemplar el universo y la realidad toda de nuestro entorno, en la red de relaciones que vivimos insertos, a una luz nueva: la del reino.

Pablo vive en carne propia lo que Jesús dijo a Nicodemo y él no entendía: para entrar en el Reino hay que nacer de nuevo.

Sólo una comunidad eclesial que trabaja por el Reino podía acoger al neonato en su fragilidad y vulnerabilidad, para iniciar el proceso de su reconstrucciòn en Jesús.

Se puede decir que la conversión de Pablo es el equivalente moderno de una refundación, de una reingienería.

Un punto de la existencia de una persona, comunidad u organización en que todo se re-define y re-estructura, para lograr mejor sus objetivos antiguos y nuevos.

Un hecho así nos habla de la maravilla del Espíritu creador del Señor que hace todas las cosas nuevas, para que brote agua del desierto. Y consecuentemente de la potencialidad del humano hombre y mujer creado por el Señor, para redimirse, recrearse, regenerarse.

Si el Señor así se comporta con sus hijos, quiénes somos nosotros para negar esa posibilidad a otros?

 

Salmo responsorial: 116



REFLEXIÓN

Alabad al Señor

Su obra incesante merece nuestra alabanza y acción de gracias, por la conversión a las que muchos van siendo llamados para contribuir a la edificación del reino.

Vemos cómo se suceden reuniones y más reuniones afanosas por encontrar soluciones a los males económicos, sociales y culturales de las sociedades en nuestro tiempo.

Alabemos la intervención que en ellas produce el Señor para la conversión de muchos a su propia transformación y la de sus pueblos, hacia caminos más acordes con el reino de los cielos, el reino de Dios, el reino del mundo nuevo.

su fidelidad dura por siempre

Él no defrauda y sigue interviniendo en la historia.

Pablo siempre debió pensar desde su conversión: si alguien es fiel, ése es el Señor, que sigue llamando y enviando.

Marcos 16,15-18



REFLEXIÓN

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos."

Se discute si estos versículos pertenecen al evangelio original, porque no aparecen en algunos manuscritos.

Sin embargo el mensaje concuerda con otros evangelios. Se trata de una misión universal que se encomienda a los discípulos y en ellos nos entendemos incluídos nosotros.

La misión por el reino es nuestra misión y el proceso de conversión permanente es su condición básica.

Nuestra fe apostólica, porque la recibimos de apóstoles y las comunicamos como apóstoles, imprime una dinámica existencial en nuestras vidas, mediante la cual nos vamos apropiando de la clave: Jesús Nazareno, el Justo.

Y así como en el caminar del peregrino las sinuosidades del camino le permiten avisorar por momentos las cumbres más allá, y luego se le ocultan, así nuestro caminar apostólico, como proceso de fe y apropiación, nos ofrece los momentos refrescantes de contemplación del fin y cómo va tomando forma. Aunque en otros momentos se nos oculte.

Pero entonces tenemos la conciencia que ahí no termina todo, gracias a la clave que portamos.

No será condenado desde fuera, como una sentencia judicial. Sino que se labrará su propia, vivencial y existencial condenación, hasta que se vuelva, porque la conversión es una opción abierta y permanente por parte del Señor, para toda conciencia.

No hay prodigio que rectamente entendido según el contexto y el testimonio, no podamos ofrecer para fortalecer el anuncio del evangelio y su recepción para la conversión.

Lo que se dice a los Once lo podemos también asumir nosotros como mandato de nuestra fe, porque en ella vivimos una buena nueva que pugna por ser comunicada a otros.

En esta comunicación se dan los signos que acreditan el mensaje como buena nueva: curaciones, exorcismos, protección contra riesgos y peligros.

Estos signos pueden ser identificados en nuestra vida cotidiana de hoy, si nos detenemos y observamos con fe.

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