Martes, III semana
San Basilio Magno Regla mayor, respuesta
2,2-4
¿Qué lenguaje será capaz de explicar
adecuadamente los dones de Dios? Son tantos que no pueden contarse, y son tan
grandes y de tal calidad que uno solo de ellos merece toda nuestra gratitud.
Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en
su sano juicio dejará de hablar de él, aunque se trate en realidad del más
inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su
imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón,
por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble
belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación.
Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por
el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de
ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le
sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le
envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el
camino del bien, reprimió, mediante amenazas, sus tendencias al mal y estimuló
con promesas su esfuerzo hacia el bien, manifestando en varias ocasiones por
anticipado, con el ejemplo concreto de diversas personas, cual sea el término
reservado al bien y al mal. Y, aunque nosotros, después de todo esto,
perseveramos en nuestra contumacia, no por ello se apartó de nosotros. La
bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó
a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de
habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario,
fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro
Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra
admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo. Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue
traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron; además, nos
rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito, y sufrió la muerte
más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa. Y no se contentó con volver
a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de
su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda
imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha
hecho? Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo
que nos ha dado. Y, cuando pienso en todo esto –voy a deciros lo que siento– ,
me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de
consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y
sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio.
REFLEXIÓN
Realmente no
hay paga posible por este don en Jesús de Jesús. Hay eso sí, un ansia de
correspondencia que no viene impuesta por ninguna ley, ninguna regla, ninguna
manipulación sino que el don mismo incita y promueve desde lo más profundo de
las conciencias. Y así se dice en las palabras del salmo: Cómo pagaré al Señor?
Levantaré la copa de la salvación e invocaré su nombre…Sal 115 ,3-4
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