De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Filadelfios(1,1-2,1; 3, 2-5: Funk 1, 226-229)
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre
y del Señor Jesucristo que habita en Filadelfia del Asia, que ha alcanzado la misericordia y
está firmemente asentada en aquella concordia que proviene de Dios, y tiene su gozo en
la pasión de nuestro Señor y la plena certidumbre de la misericordia que Dios ha
manifestado en la resurrección de Jesucristo: mi saludo en la sangre del Señor Jesús.
Tú, Iglesia de Filadelfia, eres mi gozo permanente y durable, sobre todo cuando te
contemplo unida a tu obispo con los presbíteros y diáconos, designados según la palabra
de Cristo, y confirmados establemente por su Santo Espíritu, conforme a la propia
voluntad del Señor.
Sé muy bien que vuestro obispo no ha recibido el ministerio de servir a la comunidad ni
por propia arrogancia ni de parte de los hombres ni por vana ambición, sino por el amor
de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Su modestia me ha maravillado en gran manera:
este hombre es más eficaz con su silencio que otros muchos con vanos discursos. Y su
vida está tan en consonancia con los preceptos divinos como lo puedan estar las cuerdas
con la lira; por eso, me atrevo a decir que su alma es santa y su espíritu feliz; conozco
bien sus virtudes y su gran santidad: sus modales, su paz y su mansedumbre son como
un reflejo de la misma bondad del Dios vivo.
Vosotros, que sois hijos de la luz y de la verdad, huid de toda división y de toda
doctrina perversa; adonde va el pastor allí deben seguirlo las ovejas.
Todos los que son de Dios y de Jesucristo viven unidos al obispo; y los que,
arrepentidos, vuelven a la unidad de la Iglesia también serán porción de Dios y vivirán
según Jesucristo. No os engañéis, hermanos míos. Si alguno de vosotros sigue a alguien
que fomenta los cismas no poseerá el reino de Dios; el que camina con un sentir distinto
al de la Iglesia no tiene parte en la pasión del Señor.
Procurad, pues, participar de la única eucaristía, porque una sola es la carne de nuestro
Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a su sangre; uno solo el altar y uno solo
el obispo con el presbiterio y los diáconos, consiervos míos; mirad, pues, de hacerlo todo
según Dios.
Hermanos míos, desbordo de amor por vosotros y, lleno de alegría, intento fortaleceros;
pero no soy yo quien os fortifica, sino Jesucristo, por cuya gracia estoy encadenado, pero
cada vez temo más porque todavía no soy perfecto; sin embargo, confío que vuestra
oración me ayudará a perfeccionarme, y así podré obtener aquella herencia que Dios me
tiene preparada en su misericordia; a mí, que me he refugiado en el Evangelio, como si en
él estuviera corporalmente presente el mismo Cristo, y me he fundamentado en los
apóstoles, como si se tratara del presbiterio de la Iglesia.
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