San Agustín Confesiones 2,2; 5,5
Grande eres, Señor, y muy digno de
alabanza; eres grande y poderoso, tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre,
parte de tu creación, desea alabarte; el hombre, que arrastra consigo su
condición mortal, la convicción de su pecado y la convicción de que tú resistes
a los soberbios. Y, con todo, el hombre, parte de tu creación, desea alabarte.
De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y
nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.
REFLEXIÓN
Hay un reconocimiento
básico en los humanos: vivimos con una inquietud sobre Dios. Muchos serán los
epílogos una vez se de esta constatación. Muchas las preguntas, muchas las
balbuceantes y provisionales respuestas. Se trata de un peregrinar abierto a
gozos y sufrimientos. Porque ninguna respuesta, ninguna, nos satisface de una
vez por todas y para siempre. Así peregrinamos en precariedad, en pobreza,
probando diversos refugios. Entonces caemos en cuenta que ni el entendimiento
ni el afecto que producimos son los seguros y estables, sino que se nos da en
la fe gratuitamente.
Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué
es primero, si invocarte o alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero,
¿quién podrá invocarte sin conocerte? Pues el que te desconoce se expone a
invocar una cosa por otra. ¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte?
Pero, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer
sin alguien que proclame? Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que
lo buscan lo encuentran y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque
invocándote, y que te invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te
invoca, Señor, mi fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu
Hijo hecho hombre, por el ministerio de tu predicador. Y ¿cómo invocaré a mi
Dios, a mi Dios y Señor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario