viernes, 20 de septiembre de 2024

DOCTORES DE LA IGLESIA

DOCTORES DE LA IGLESIA


 

VIERNES, XXIV SEMANA

De las cartas de San Agustín, obispo

(Carta 130, 14, 27—15, 28 a Proba: CSEL 44, 71-73)

El Espíritu intercede por nosotros


Quien pide al Señor aquella sola cosa que hemos mencionado, es decir, la

vida dichosa de la gloria, y esa sola cosa busca, éste pide con seguridad y pide con certeza, y no puede temer que algo le sea obstáculo para conseguir lo que pide, pues pide aquello sin lo cual de nada le aprovecharía cualquier otra cosa que hubiera pedido, orando como conviene. Esta es la única vida verdadera, la única vida feliz: contemplar eternamente la belleza del Señor, en la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del espíritu. 

En razón de esta sola cosa, nos son necesarias todas las demás cosas; en razón de ella, pedimos oportunamente las demás cosas. Quien posea esta vida poseerá todo lo que desee, y allí nada podrá desear que no sea conveniente.

Allí está la fuente de la vida, cuya sed debemos avivar en la oración, mientras

vivimos aún de esperanza. Pues ahora vivimos sin ver lo que esperamos, seguros

a la sombra de las alas de aquel ante cuya presencia están todas nuestras

ansias; pero tenemos la certeza de nutrirnos un día de lo sabroso de su casa y de beber del torrente de sus delicias, porque en él está la fuente viva, y su luz nos hará ver la luz;aquel día, en el cual todos nuestros deseos quedarán saciados con sus bienes y ya nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo poseeremos gozando.

Pero, como esta única cosa que pedimos consiste en aquella paz que

sobrepasa toda inteligencia, incluso cuando en la oración pedimos esta paz,

hemos de decir que no sabemos pedir lo que nos conviene. Porque no podemos

imaginar cómo sea esta paz en sí misma y, por tanto, no sabemos pedir lo que

nos conviene. Cuando se nos presenta al pensamiento alguna imagen de ella, la

rechazamos, la reprobamos, reconocemos que está lejos de la realidad, aunque

continuamos ignorando lo que buscamos.

Pero hay en nosotros, para decirlo de algún modo, una docta ignorancia;

docta, sin duda, por el Espíritu de Dios, que viene en ayuda de nuestra

debilidad

En efecto, dice el Apóstol: Cuando esperamos lo que no vemos,aguardamos con perseverancia.Y añade a continuación: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.Y el que escudriña los corazones sabe cuál, es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

No hemos de entender estas palabras como si dijeran que el Espíritu de Dios,

que en la Trinidad divina es Dios inmutable y un solo Dios con el Padre y el Hijo, orase a Dios como alguien distinto de Dios, intercediendo por los santos; si el texto dice que el Espíritu intercede por los santos es para significar que incita a los fieles a interceder, del mismo modo que también se dice: Se trata de una

prueba del Señor, vuestro Dios, para ver si lo amáis, es decir, para que

vosotros conozcáis si lo amáis. El Espíritu, pues, incita a los santos a que intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan sublime que aún no conocemos, pero que esperamos ya con perseverancia. Pero ¿cómo se puede hablar cuando se desea lo que ignoramos? Ciertamente que si lo ignoráramos del todo no lo desearíamos; pero, por otro lado, si ya lo viéramos no lo desearíamos ni lo pediríamos con gemidos inefables.

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