San Beda el Venerable Del comentario a
la primera carta de San Pedro 2
Vosotros sois una raza elegida, un
sacerdocio real. Este título honorífico fue dado por Moisés en otro tiempo al
antiguo pueblo de Dios, y ahora con todo derecho Pedro lo aplica a los
gentiles, puesto que creyeron en Cristo, el cual, como piedra angular, reunió a
todos los pueblos en la salvación que, en un principio, había sido destinada a
Israel. Y los llama raza elegida a causa de la fe, para distinguirlos de
aquellos que, al rechazar la piedra angular, se hicieron a sí mismos dignos de
rechazo. Y sacerdocio real porque están unidos al cuerpo de aquel que es rey
soberano y verdadero sacerdote, capaz de otorgarles su reino como rey, y de
limpiar sus pecados como pontífice con la oblación de su sangre. Los llama
sacerdocio real para que no se olviden nunca de esperar el reino eterno y de
seguir ofreciendo a Dios el holocausto de una vida intachable. Se les llama
también nación consagrada y pueblo adquirido por Dios, de acuerdo con lo que
dice el apóstol Pablo comentando el oráculo del Profeta: Mi justo vivirá de la
fe; pero si se arredra, le retiraré mi favor.
Que el justo no se eche
para atrás porque vive de fe es una interesante descripción del tipo de justo y
del tipo de fe que tenemos ante nosotros, tanto los que somos evangelizados
como los que evangelizan. Levantarse una y otra vez de cualquier ruina
material, existencial, vivencial, estructural, social y cuántas se nos ocurran es asunto de fe,
cuya sinergia es hacia adelante.
Pero nosotros, dice, no somos gente que
se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en los
Hechos de los Apóstoles dice: El Espíritu Santo os ha encargado guardar el
rebaño, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de
su Hijo. Nos hemos convertido, por tanto, en pueblo adquirido por Dios en
virtud de la sangre de nuestro Redentor, como en otro tiempo el pueblo de
Israel fue redimido de Egipto por la sangre del cordero. Por esto Pedro
recuerda en el versículo siguiente el sentido misterioso del antiguo relato, y
nos enseña que éste tendrá su cumplimiento pleno en el nuevo pueblo de Dios:
Para proclamar sus hazañas. Porque así como los que fueron liberados por Moisés
de la esclavitud egipcia cantaron al Señor un canto triunfal después que
pasaron el mar Rojo, y el ejército del Faraón se hundió bajo las aguas, así
también nosotros, después de haber recibido en el bautismo la remisión de los
pecados, hemos de dar gracias por estos beneficios celestiales.
REFLEXIÓN
Los beneficios pascuales son
celestiales: nueva vida, vida que no termina, gozo perpetuo, unión con Dios.
Sólo son celestiales si van siendo tramitados por la fe que no se echa para
atrás. La celestialidad es un don para la lucha, mientras se lucha, hasta que
se termine de luchar.
En efecto, los egipcios, que afligían al
pueblo de Dios, y cuyo nombre significa tinieblas y aflicción, representan
adecuadamente los pecados que nos perseguían, pero que quedan borrados en el
bautismo. La liberación de los hijos de Israel, lo mismo que su marcha hacia la
patria prometida, representa también adecuadamente el misterio de nuestra
redención: Caminamos hacia la luz de la morada celestial, iluminados y guiados
por la gracia de Cristo. Esta luz de la gracia quedó prefigurada también por la
nube y la columna de fuego; la misma que los defendió, durante todo su viaje,
de las tinieblas de la noche, y los condujo, por un sendero inefable, hasta la
patria prometida.
REFLEXIÓN
Una prefiguración sólo
puede ser visible desde la figura, el esbozo desde la pintura, desde la
perspectiva final. La pascua de Jesús es la perspectiva para la pascua judía
que arranca en la liberación de Egipto.