Miércoles,
XXXI semana
San Cirilo de Jerusalén Catequesis 5,
Sobre la fe y el símbolo 10-11
La fe, aunque por su nombre es una,
tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la que se cree en
los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a
determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor:
Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le
llamará a juicio; y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que
ha pasado ya de la muerte a la vida. ¡Oh gran bondad de Dios para con los
hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando
para este fin los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su
esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús
realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor
y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás
llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No
desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el
Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará también a
ti si creyeres. La otra clase de fe es aquella que Cristo concede algunos como
don gratuito: Uno recibe del Espíritu hablar con sabiduría; otro, el hablar con
inteligencia según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe
el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. Esta gracia de fe
que da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, sino también en
aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana;
quien tiene esta fe podría decir a una montaña, que viniera aquí, y vendría.
Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo
que dice se realizará, entonces este tal ha recibido el don de esta fe. Es de
esta fe de la que se afirma: Si fuera vuestra fe como un grano de mostaza
COMENTARIO
Se nos han entregado tradicionalmente verdades para ser creídas, por fieles creyentes, quizás no del todo íntegros y coherentes, por lo que advertimos fallas estamos tentados de escándalo y tropiezo. Pero la fidelidad y humildad en recibir y asumir nos potencia en la receptividad del don de la fe que obra maravillas, y crece portentosamente y se multiplica. Una fe que no se contenta en seguir y poseer, sino que empuja a contemplar y comunicar, y poner obras que sean señales del reino presente.
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