Sábado, XXXI semana
San
Ambrosio Tratado sobre el bien de la muerte 3,9; 4,15
Dice
el Apóstol: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Existe,
pues, en esta vida una muerte que es buena; por ello se nos exhorta a que en
toda ocasión y por todas partes, llevemos en el cuerpo la muerte de Jesús, para
que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Que la muerte
vaya, pues, actuando en nosotros, para que también se manifieste en nosotros la
vida, es decir, para que obtengamos aquella vida buena que sigue a la muerte,
vida dichosa después de la victoria, vida feliz, terminado el combate, vida en
la que la ley de la carne no se opone ya a la ley del espíritu, vida,
finalmente, en la que ya no es necesario luchar contra el cuerpo mortal, porque
el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya la victoria. Yo mismo no sabría decir si
la grandeza de esta muerte es mayor incluso que la misma vida. Pues me hace
dudar la autoridad del Apóstol que afirma: Así, la muerte está actuando en
nosotros, y la vida en vosotros. En efecto, ¡cuántos pueblos no fueron
engendrados a la vida por la muerte de uno solo! Por ello, enseña el Apóstol
que los que viven en esta vida deben apetecer que la muerte feliz de Cristo
brille en sus propios cuerpos y deshaga nuestra condición física para que
nuestro hombre interior se renueve y, si se destruye este nuestro tabernáculo
terreno, tenga lugar la edificación de una casa eterna en el cielo.
COMENTARIO
Nos hemos
enfrascado demasiado en vicios y virtudes, asimilándolos a las buenas
costumbres del mundo que no tienen la misma motivación, ética o espiritualidad.
Excepto que unos son esclavitudes y los otros combate. Hoy miramos más
enfáticamente el morir al egoísmo de clase, al egoísmo de mentalidad, al
egoísmo de tiempo, al egoísmo de poder …
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