Viernes, XXXI semana
San
Gregorio Nacianceno Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo 23-24
¿Qué
es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me
penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e
inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo
resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré
incluso a ser Dios mismo. Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto
lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse
hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la
incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros
llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a
ser aquello mismo que él es con toda perfección: así entre nosotros ya no hay
distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es
decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que
brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido
creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos
reconozcamos siempre como hechura suya.
COMENTARIO
En nuestro
tiempo ha caído el sentido en desuso el sentido de la glorificación mediante la
cual somos divinizados, y llevados a nuestra máxima perfección y potencialidad.
Es la perspectiva que se necesita para gustar el sufrimiento terreno
inacabable, inabarcable, misterioso como el Misterio de Dios, como si fuera un
instrumento de salvación, un cincel en manos del Creador, una poda en manos del
viñador. El asalto a la región de los símbolos racionales de la divinidad,
creados por el hombre, nos ha cortado el acceso a la realidad de la Divinidad.
Por eso hay que retomar lo inspirados símbolos tradicionales, nutridos de
tantos y tantas testigos, que ofrecieron su sangre.
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