Santa Madre
de DiosSan Atanasio
Carta a Epicteto 5-9
La Palabra
tendió una mano a los hijos de Abrahán, afirma el Apóstol, y por eso tenía que
parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por
esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella
la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La
Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; se proclaman
dichosos los pechos que amamantaron Señor, y, por el nacimiento de este
primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había
anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no
simplemente «lo que nacerá en ti» –para que no se creyese que se trataba de un
cuerpo introducido desde el exterior–, sino de ti, para que creyésemos que
aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella. Las cosas
sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y
ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después
a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente:
Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que
vestirse de inmortalidad.
REFLEXIÓN
Las precisiones Cristológicas y Trinitarias, hoy suenan algo extrañas, porque las confesamos fuera de una contexto histórico. Hubo momentos en los que Jesús fue desconocido como verdadero humano, y María como madre, fue la evidencia de su verdadera humanidad. En otros tuvo lugar la incomprensión de la Santísima Trinidad, cuya divinidad no fue desvirtuada por la encarnación del Hijo en una mujer verdadera para revestirse de un cuerpo verdadero. Tales defensas se hacían en medio de confrontaciones de comunidades a las que animaban intereses que no siempre eran relacionados con la fe y la devoción. No fueron días de devoción meramente individual y particular, en los que la fe podía vivirse de puertas adentro.
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