Viernes III semana de Cuaresma
San Gregorio Magno Morales 13,21-23
El
bienaventurado Job, que es figura de la Iglesia, unas veces se expresa como el
cuerpo y otras veces como la cabeza, de manera que mientras está hablando en
nombre de los miembros, de repente se eleva hasta tomar las palabras de la
cabeza. Por esto dice: Todo esto lo he sufrido aunque en mis manos no hay
violencia y es sincera mi oración. Sin que hubiera violencia en sus manos, tuvo
que sufrir también aquel que no cometió pecado, ni encontraron engaño en su
boca, a pesar de lo cual arrostró el dolor de la cruz por nuestra redención.
Fue el único entre todos los hombres, que pudo presentar a Dios súplicas
inocentes, porque hasta en medio de los dolores de la pasión rogó por sus
perseguidores diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¿Qué
es lo que puede decirse o pensarse de más puro en una oración que alcanzar la
misericordia para aquellos mismos de los que se está recibiendo el dolor?
REFLEXIÓN
Lo más puro, es aquí lo más contrastante, porque el
que recibe daño perdona, no retalla.
Será que subrepticiamente, vilmente, busca un
alivio de sus sufrimientos, dando lástima, y apareciendo víctima. Sería un
pensamiento digno de una teoría de la conspiración, que mira detrás del
enunciado algún secreto gusto, placer, desquite o venganza.
Pero no, en es te sentenciado la suerte está echada
y no podrá conseguir ningún alivio.
Por lo tanto parece que su perdón es puro. Así
vista las cosas no hay nada que parezca puro, ni que convenza, porque enfermos
estamos de suspicacia.
Así, la
misma sangre de nuestro Redentor, que los perseguidores habían derramado con
odio, luego convertidos, la bebieron como medicina de salvación y empezaron a
proclamar que él era el Hijo de Dios. De esta sangre, pues, se dice con razón:
¡Tierra, no cubras mi sangre, no encierres mi demanda de justicia! Al hombre
que pecó se le había dicho: Eres polvo, y al polvo te volverás. Por ello,
nuestra tierra no oculta la sangre de nuestro Redentor, ya que cada pecador que
asume el precio de su redención, la confiesa y la alaba y la da a conocer a su
alrededor a cuantos puede. La tierra tampoco oculta la sangre de nuestro
Redentor, ya que también la Iglesia anuncia el misterio de la redención en todo
el mundo. Fíjate también en lo que se añade después: No encierres mi demanda de
justicia. Pues la misma sangre de la Redención que se recibe es la demanda de
justicia de nuestro Redentor. Por ello dice también Pablo: La aspersión de una
sangre que habla mejor que la de Abel. De la sangre de Abel se había dicho: La
sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. Pero la sangre de Jesús
es más elocuente que la de Abel, porque la sangre de Abel pedía la muerte de su
hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para sus
perseguidores.
REFLEXIÓN
La alabanza de la sangre como tema de salvación ha
sido proscrita por la sensibilidad en el mundo de hoy. La repugnancia de los
genocidios y matanzas, a manos de la humanidad en diferentes lugares y tiempos,
ha revuelto el estómago y lo sigue revolviendo . Pero con mayor razón se habla
de una sangre que no grita sino que perdona, y fin del conflicto. Tenemos en
nuestro poder la poción mágica de la paz de las guerras: la sangre pacífica, la
sangre perdonadora, la que no persuade de venganza.
Por
tanto, para que el misterio de la pasión del Señor no nos resulte a nosotros
inútil, hemos de imitar lo que recibimos y predicar a los demás lo que
veneramos. Su demanda de justicia quedaría oculta en nosotros si la lengua
calla lo que la mente creyó. Pero para que su demanda de justicia no quede
oculta en nosotros, lo que ahora queda por hacer es que cada uno de nosotros,
de acuerdo con la medida de su vivificación, dé a conocer el misterio a su
alrededor.
REFLEXIÓN
Una demanda de justicia derramada en tierra como la sangre, pero a favor de la justicia que se hace por la reconciliación y el perdón. Adiós a las armas…de todo tipo.