San Agustín Comentario a los salmos
148,1-2
Toda nuestra vida presente debe
discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría
sempiterna de la vida futura; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura,
si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también
le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que
se nos ha prometido algo que todavía no poseemos, y, porque es veraz el que lo
ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos,
gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue
lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.
REFLEXIÓN
Nuestra alabanza aún no
puede ser completamente a-interesada, a-motivada, sobre aquello no resuelto,
que requiere ayuda y cooperación de Dios. Seríamos insensatos frente la obra de
Dios no completa, y nuestras aún débiles fortalezas. Aún es propio
vanagloriarse de no poder, para que nos ayuden a poder. Esa regla paulina es
aún vigente.
Por razón de estos dos tiempos –uno, el
presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta
vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría
perpetuas–, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y
el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones
que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa
la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo
mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún
no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y
oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y
lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.
REFLEXIÓN
Los tiempos litúrgicos son
escenarios de realidades que contribuyen a vivificar en nosotros etapas y pasos
de un proceso de liberación-salvación. Echamos mano de lo que conocemos para
codificar en ellos simbólicamente dimensiones mistéricas. Así nuestra memoria
se nutre, y aún nuestro sueño converge en un único rumbo.
En aquel que es nuestra cabeza, hallamos
figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la
penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la
tribulación, y finalmente la muerte; en cambio, la resurrección y glorificación
del Señor es una muestra de la vida que se nos dará.
REFLEXIÓN
Jesús de Nazareth
glorificado es la insignia que encabeza la peregrinación a través de los
tiempos: el antes y el después. Con Él en la avanzada no nos perdemos, ni
desviamos, si mantenemos en Él nuestra mirada de fe.
Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a
la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando
decimos: Aleluya. «Alabad al Señor», nos decimos unos a otros; y así, todos
hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda
vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a
Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones. En
efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y, cuando
volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra
buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando
te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del
buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios
atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra
voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.
REFLEXIÓN
La congruencia en la alabanza, y no la compartimentación y reducción. Vivimos en
el borde del caos social porque la incredibilidad en las buenas palabras nos ha
ganado para la desconfianza y la rebeldía.