Jueves, XVII
San Cirilo de Jerusalén Catequesis
18,26-29
«Católica»: éste es el nombre propio de
esta Iglesia santa y madre de todos nosotros; ella es en verdad esposa de
nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de dios (porque está escrito: Como
Cristo amó a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella, y lo que sigue), y es
figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre y es nuestra madre,
la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa. En efecto,
habiendo sido repudiada la primera, en la segunda Iglesia, esto es, la
católica, Dios –como dice Pablo– estableció en el primer puesto los apóstoles,
en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los
milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de
lenguas, y toda clase de virtudes: la sabiduría y la inteligencia, la templanza
y la justicia, la misericordia y el amor a los hombres, y una paciencia
insuperable en las persecuciones.
REFLEXIÓN
El tiempo presente en
diversas latitudes y pueblos nos hace presente el riesgo de persecución y
martirio. No agrada al natural humano ni a la pacífica convivencia cristiana,
pero no se puede decir que se haya ocultado desde el principio, comenzando por
su cabeza, Jesús de Nazaret, que la fe profesada sería probada en el rechazo,
fuera y dentro.
Ella fue la que antes, en tiempo de
persecución y de angustia, con armas ofensivas y defensivas, con honra y
deshonra, redimió a los santos mártires con coronas de paciencia entretejidas
de diversas y variadas flores; pero ahora, en este tiempo de paz, recibe, por
gracia de Dios, los honores debidos, de parte de los reyes, de los hombres
constituidos en dignidad y de toda clase de hombres. Y la potestad de los reyes
sobre sus súbditos está limitada por unas fronteras territoriales; la santa
Iglesia católica, en cambio, es la única que goza de una potestad ilimitada en
toda la tierra. Tal como está escrito, Dios ha puesto paz en sus fronteras.
REFLEXIÓN
Un poder que en todo
tiempo se ofrece como instrumento de servicio, pero también como seducción a la
prepotencia, la opresión y el abuso sobre todo con los que menos pueden.
En esta santa Iglesia católica,
instruidos con esclarecidos preceptos y enseñanzas, alcanzaremos el reino de
los cielos y heredaremos la vida eterna, por la cual todo lo toleramos, para
que podamos alcanzarla del Señor. Porque la meta que se nos ha señalado no
consiste en algo de poca monta, sino que nos esforzamos por la posesión de la
vida eterna. Por esto, en la profesión de fe, se nos enseña que, después de
aquel artículo: La resurrección de los muertos, de la que ya hemos disertado,
creamos en la vida del mundo futuro, por la cual luchamos los cristianos Por
tanto, la vida verdadera y auténtica es el Padre, la fuente de la que, por
mediación del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones para todos, y, por su
benignidad, también a nosotros los hombres se nos han prometido verídicamente
los bienes de la vida eterna.