De los Hechos de san Ignacio recibidos por Luís Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo(Cap. 1, 5-9: Acta Sanctorum Iulii 7, 1868, 647)
EXAMINAD SI LOS ESPÍRITUS PROVIENEN DE DIOS
Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de
historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran
algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le
dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctorum,
escritos en su lengua materna.
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas
que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en
tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que
habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo
otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En
efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se
preguntaba a sí mismo:
"¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?"
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo,
hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en
las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.
Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le
producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se
sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de
imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo,
sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no
se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y
comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras
una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como
empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las
prácticas espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la
discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.