BEATO CARLO
Comienza la carta llamada de Bernabé(Caps. 1, 1-8; 2,1-5: Funk 1, 3-7)LA ESPERANZA DE LA VIDA, PRINCIPIO Y TÉRMINO DE NUESTRA FE
Salud en la paz, hijos e hijas, en el nombre del Señor que nos ha amado.
Ya que las gracias de justificación que habéis recibido de Dios son tan grandes y
espléndidas, me alegro sobremanera, y, más que toda otra cosa, de la dicha y excelencia
de vuestras almas. Pues habéis recibido la gracia del don espiritual, plantada en vosotros.
Me felicito aún más, con la esperanza de ser salvado, cuando veo de verdad el Espíritu
que se ha derramado sobre vosotros del abundante manantial que es el Señor. Hasta tal
punto me conmovió el veros, cosa tan deseada para mí, cuando estaba entre vosotros.
Aunque os haya hablado ya muchas veces, estoy profundamente convencido de que me
quedan todavía muchas cosas por deciros, pues el Señor me ha acompañado por el
camino de la justicia. Me siento obligado a amaros más que a mi propia vida, pues una
gran fe y una gran caridad habitan en vosotros por la esperanza de alcanzar la vida divina.
Considerando que obtendré una gran recompensa si me preocupo de hacer partícipes a
unos espíritus como los vuestros, al menos en alguna medida, de los conocimientos que
he recibido, he decidido escribiros con brevedad, a fin de que, con la fe, poseáis un
conocimiento perfecto.
Tres son las enseñanzas del Señor: la esperanza de la vida, principio y término de
nuestra fe; la justicia, comienzo y fin del juicio; el amor en la alegría y el regocijo,
testimonio de las obras de la justicia.
El Señor, en efecto, nos ha manifestado por medio de sus profetas el pasado y el
presente, y nos ha hecho gustar por anticipado las primicias de lo porvenir. Viendo, pues,
que estas cosas se van cumpliendo en el orden en que él las había predicho, debemos
adelantar en una vida más generosa y más excelsa en el temor del Señor. Por lo que
respecta a mí, no como maestro, sino como uno de vosotros, os manifestaré algunas
enseñanzas que os puedan alegrar en las presentes circunstancias.
Ya que los días son malos y que el Altivo mismo posee poder, debemos, estando
vigilantes sobre nosotros mismos, buscar las justificaciones del Señor. Nuestra fe tiene
como ayuda el temor y la paciencia, y como aliados la longanimidad y el dominio de
nosotros mismos. Si estas virtudes permanecen santamente en nosotros, en todo lo que
atañe al Señor, tendrán la gozosa compañía de la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y el
conocimiento.
El Señor nos ha dicho claramente, por medio de los profetas, que no tiene necesidad ni
de sacrificios ni de holocaustos ni de ofrendas, cuando dice: ¿Qué me importa el número
de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de
grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada, ¿por qué
entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me
traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, Sábados, asambleas, no los
aguanto.