BEATO CARLO
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los amadores de su propio cuerpo y
de los bienes materiales -se deja entender que hablamos aquí de los judíos-, los que no
aguantaban que Cristo hubiera expulsado a los que convertían en mercado la casa de su
Padre, exigen que les muestre un signo para obrar como obra. Así podrán juzgar si obra
bien o no el Hijo de Dios, a quien se niegan a recibir. El Salvador, como si hablara en
realidad del templo, pero hablando de su propio cuerpo, a la pregunta: ¿Qué signos nos
muestras para obrar así? responde: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Sin embargo, creo que ambos, el templo y el cuerpo de Jesús, según una interpretación
unitaria, pueden considerarse figuras de la Iglesia, ya que ésta se halla construida de
piedras vivas, hecha templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, construido
sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo
Jesús que, a su vez, también es templo. En cambio, si tenemos en cuenta aquel otro
pasaje: Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro, parece que la unión
y conveniente disposición de las piedras en el templo se destruye y descoyunta, como
sugiere el salmo veintiuno, al decir en nombre de Cristo: Tengo los huesos descoyuntados.
Descoyuntados por los continuos golpes de las persecuciones y tribulaciones, y por la
guerra que levantan los que rasgan la unidad del templo; pero el templo será restaurado,
y el cuerpo resucitará el día tercero; tercero, porque viene después del amenazante día de
la maldad, y del día de la consumación que lo seguirá.
Porque llegará ciertamente un tercer día, y en él nacerá un cielo nuevo y una tierra
nueva, cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel solemne
gran Domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por ello, podemos
afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a su muerte, contiene y
encierra ya en sí la resurrección de todos los que formamos el cuerpo de Cristo. Pues, de
la misma forma que el cuerpo visible de Cristo, después de crucificado y sepultado,
resucitó, así también acontecerá con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus
santos: crucificado y muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los
santos dice, pues, como Pablo: Lo que es a mi, Dios me libre de gloriarme si no es en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mi, y yo para
el mundo.
Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado
con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por
nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también
resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección.