De la carta de san Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses
CRISTO NOS HA DEJADO UN EJEMPLO EN SU PROPIA PERSONA
Que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para
con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los
enfermos, que no descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que
procuren el bien ante Dios y ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda
acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que
no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, que no sean severos
en sus juicios, teniendo presente que todos estamos inclinados al pecado.
Si, pues, pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos
perdonar a los que nos ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y
Señor y todos compareceremos ante el tribunal de Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de
sí mismo. Sirvámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según nos mandaron tanto
el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el Evangelio, y los profetas,
quienes de antemano nos anunciaron la venida de nuestro Señor; busquemos con celo el
bien, evitemos los escándalos, apartémonos de los falsos hermanos y de aquellos que
llevan hipócritamente el nombre del Señor y arrastran a los insensatos al error.
Todo el que no reconoce que Jesucristo vino en la carne es del Anticristo, y el que no
confiesa el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsamente las
sentencias del Señor según sus propias concupiscencias y afirma que no hay resurrección
ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente, abandonemos los vanos
discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y volvamos a las enseñanzas que nos
fueron transmitidas desde el principio; seamos sobrios para entregarnos a la oración,
perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve,
a fin de que no nos deje caer en la tentación, porque, como dijo el Señor, el espíritu es
decidido, pero la carne es débil.
Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo,
prenda de nuestra justicia; él, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y no cometió
pecado ni encontraron engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo
soportó todo. Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos
que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona,
y esto es lo que nosotros hemos creído.