San Agustín Carta a Proba 130,11,21-12,22
A nosotros, cuando oramos, nos son
necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos
pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración
sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo.
Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros
mismos para que deseemos que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es
santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que
no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de
los mismos hombres y no en bien de Dios. Y, cuando añadimos: Venga a nosotros
tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a
nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá
ciertamente, lo queramos o no. Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la
tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la
obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en
el cielo. Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy
queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento
principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo
cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es
necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para
conseguir la vida eterna. Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que
pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar
aquello por lo que oramos. Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación,
nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos
sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la
aflicción. Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos
en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y
estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano,
sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su
modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la
reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración.
REFLEXIÓN
El Padrenuestro es nuestra oración guía, y toda otra debe contrastarse con ella para verificar el sello del Espíritu Santo, quien mueve nuestras personas a comunicarse con Él. El enfoque nunca podrá ser darle algo al Señor, quien nos la dio para nuestro provecho. Sino más bien que nos urge a poner en funcionamiento los deseos en esta oración contenidos. Y tampoco es un momento en el que valga algo lo que hicimos o hacemos, como méritos que nos ganan su indulgencia, sino verificando cuán lejos estamos de hacer esos deseos peticiones una realidad en nuestras vidas y la de nuestros hermanos.