De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, delConcilio Vaticano segundo(Núms. 88-40)
PAPEL DE LOS CRISTIANOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ
Los cristianos deben cooperar, con gusto y de corazón, en la edificación de un orden
internacional en el que se respeten las legítimas libertades y se fomente una sincera
fraternidad entre todos; y eso con tanta mayor razón cuanto más claramente se advierte
que la mayor parte de la humanidad sufre todavía una extrema pobreza, hasta tal punto
que puede decirse que Cristo mismo, en la persona de los pobres, eleva su voz para
solicitar la caridad de sus discípulos.
Que se evite, pues, el escándalo de que, mientras ciertas naciones, cuya población es
muchas veces en su mayoría cristiana, abundan en toda clase de bienes, otras, en cambio,
se ven privadas de lo más indispensable y sufren a causa del hambre, de las
enfermedades y de toda clase de miserias. El espíritu de pobreza y de caridad debe ser la
gloria y el testimonio de la Iglesia de Cristo.
Hay que alabar y animar, por tanto, a aquellos cristianos, sobre todo a los jóvenes, que
espontáneamente se ofrecen para ayudar a los demás hombres y naciones. Más aún, es
deber de todo el pueblo de Dios, animado y guiado por la palabra y el ejemplo de sus
obispos, aliviar, según las posibilidades de cada uno, las miserias de nuestro tiempo; y
esto hay que hacerlo, como era costumbre en la antigua Iglesia, dando no solamente de
los bienes superfluos, sino aun de los necesarios.
El modo de recoger y distribuir lo necesario para las diversas necesidades, sin que haya
de ser rígida y uniformemente ordenado, llévese a cabo, sin embargo, con toda solicitud
en cada una de las diócesis, naciones e incluso en el plano universal, uniendo siempre que
se crea conveniente la colaboración de los católicos con la de los otros hermanos
cristianos. En efecto, el espíritu de caridad, lejos de prohibir el ejercicio ordenado y
previsor de la acción social y caritativa, más bien lo exige. De aquí que sea necesario que
quienes pretenden dedicarse al servicio de las naciones en vía de desarrollo sean
oportunamente formados en instituciones especializadas.
Por eso, la Iglesia debe estar siempre presente en la comunidad de las naciones para
fomentar o despertar la cooperación entre los hombres; y eso tanto por medio de sus
órganos oficiales como por la colaboración sincera y plena de cada uno de los cristianos,
colaboración que debe inspirarse en el único deseo de servir a todos.
Este resultado se conseguirá mejor si los mismos fieles, en sus propios ambientes,
conscientes de la propia responsabilidad humana y cristiana, se esfuerzan por despertar el
deseo de una generosa cooperación con la comunidad internacional. Dese a esto una
especial importancia en la formación de los jóvenes, tanto en su formación religiosa como
civil.
Finalmente, es muy de desear que los católicos, para cumplir debidamente su deber en
el seno de la comunidad internacional, se esfuercen por cooperar activa y positivamente
con sus hermanos separados, que como ellos profesan la caridad evangélica, y con todos
aquellos otros hombres que están sedientos de verdadera paz.