viernes, 3 de marzo de 2023

PALABRA COMENTADA

 

Viernes 1 de Cuaresma

Ezequiel 18,21-28



REFLEXIÓN

Si el malvado(rasha:impío) se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá.

No se exalta al criminal, ni al pecador, sino su conversión. Y lo que muestran los evangelios: es a pecadores condenados por la sociedad, por incurrir en una situación o coyuntura pecaminosa, sin considerar la potencialidad de conversión que tiene, a lo largo de su existencia.

El juicio final corresponde a Dios. A nosotros nos corresponde la conversión, para vivir definitivamente.

Nuestro asunto es la conversión. De eso trata la buena nueva: hay oportunidad para la conversión y para la vida, aunque seamos malvados.

¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor-, y no que se convierta de su conducta y que viva?

Su designio es que todos vivamos, cuando nos convirtamos del pecado por pecadores.

Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, imitando las abominaciones del malvado, ¿vivirá acaso?; no se tendrá en cuenta la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el pecado que cometió, morirá.

Tan generoso con unos: el malvado que se convierte. Y aparentemente tan mezquino con otros: el justo que peca.

Entre los humanos tenemos ejemplo de ambos en algunas oportunidades. Por ejemplo cuando alguien obra mal, clamamos por una segunda oportunidad para él o ella.

Y cuando alguien obra mal, también clamamos por su extinción prácticamente, como el caso reciente de los curas pederastas.

Pero Jesús de Nazaret va más lejos y habla de setenta veces siete otorgar el perdón al hermano. Lo cual debe reflejar el perdón del Padre.

Esto fundamenta la esperanza en una instancia que no es apasionada e interesada como nosotros sino más justa, que sabe cómo regenerarnos.

Porque no somos ni permanecemos justos por herencia ni títulos ganados, sino por la justicia que constantemente actuamos, y por la conversión que nos devuelve la justicia del Señor, su justificación.

Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida.

No se descarta que el Señor no tenga nada que hacer frente a nuestra decisión y responsabilidad de darnos a nosotros la vida o la muerte, según la justicia o iniquidad con la que obramos.

Salmo responsorial: 129



REFLEXIÓN

Desde lo hondo a ti grito, Señor;

La existencia, las circunstancias de la vida, lo que va aconteciendo nos va ubicando, en diferentes periodos de maduración, en coyunturas de hondura, desde las cuales clamamos.

Nos la pasamos clamando, pero no siempre ni a la primera, con total hondura. Por que este clamor es la aceptación de que el Señor es único, el único. Es la vida, de sentido y significado, que eventualmente se desdibuja.

Nos recomienda el evangelio entrar en lo secreto para orar. Allí donde se mueven los pensamientos más íntimos, los anhelos más apegados, en la fibra del alma, y lo recóndito del corazón.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, / ¿quién podrá resistir? / Pero de ti procede el perdón, / y así infundes respeto

El fondo del clamor: la conciencia de nuestra distancia, de nuestro desvío, de haber dañado la relación más fundamental de la existencia. Pero también, en paradoja, la vivencia de que no tenemos dónde más ir.

de ti procede el perdón, / y así infundes respeto.

No lo impones por castigo y severidad. Sino por misericordia ganas nuestro respeto y glorificación.

Mi alma espera en el Señor, / espera en su palabra; / mi alma aguarda al Señor

Estamos esperando tu día, que es el de nuestra liberación.

De allí surge como manantial la fuerza para esperar. Porque la paciencia es una fuerza más que una pasividad.

Porque del Señor viene la misericordia, / la redención copiosa

Tantos siglos de revelación de la Palabra a esto conspiran: al designio de misericordia.

Mateo 5,20-26



REFLEXIÓN

te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti

vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda

La reconciliación fraterna es una señal que nos damos, para para lograr entrar en la audiencia del Señor y ser escuchados en nuestra plegaria.

Nuestra oración se sitúa en la fraternidad, tal como lo dice el Padrenuestro: perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos…Así mostramos nuestra disposición a reconocer que somos hermanos y que Dios es padre de todos, y que reconocemos esa paternidad.

He aquí el sacramento y el signo de lo que encontramos en el Señor. Su misericordia está vinculada a nuestra capacidad de reconciliación. Nos los marca el Padrenuestro.

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BEATO CARLO


Padre -dice-, perdónalos. ¿Puede haber una oración que exprese mayor mansedumbre y amor?

 Del Espejo de caridad, del beato Elredo, abad
(Libro 3, cap. 5: PL 195, 582)
 
EL AMOR FRATERNO, A IMITACIÓN DE CRISTO

 

La perfección de la caridad consiste en el amor a los enemigos. A ello nada nos anima tanto como la consideración de aquella admirable paciencia con que el más bello de los hombres ofreció su rostro, lleno de hermosura, a los salivazos de los malvados; sus ojos, cuya mirada gobierna el universo, al velo con que se los taparon los inicuos; su espalda a los azotes; su cabeza, venerada por los principados y potestades, a la crueldad de las espinas; toda su persona a los oprobios e injurias; aquella admirable paciencia, finalmente, con que soportó la cruz, los clavos, la lanzada, la hiel y el vinagre, todo ello con dulzura, con mansedumbre, con serenidad. En resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

 ¿Quién, al oír aquellas palabras, llenas de dulzura, de amor, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, no se decide al momento a amar de corazón a sus enemigos? Padre -dice-, perdónalos. ¿Puede haber una oración que exprese mayor mansedumbre y amor?

 Hizo más aún: le pareció poco orar; quiso también excusar. «Padre -dijo-, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Su pecado ciertamente es muy grande, pero su conocimiento de causa muy pequeño; por eso, Padre, perdónalos. Me crucifican, es verdad, pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Ellos me creen un transgresor de la ley, un usurpador de la divinidad, un seductor del pueblo. Les he ocultado mi faz, no han conocido mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»

 Por tanto, que el amor del hombre a sí mismo no se deje corromper por las apetencias de la carne. Para no sucumbir a ellas, que tienda con todo su afecto a la mansedumbre de la carne del Señor. Más aún, para que repose de un modo más perfecto y suave en el gozo del amor fraterno, que estreche también a sus enemigos con los brazos de un amor verdadero.

 Y, para que este fuego divino no se enfríe por el impacto de las injurias, que mire siempre, con los ojos de su espíritu, la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.