1/11/23, 6:28 M. Romero: Todos los Santos (ciclo C) (01/11/77)https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/C/771101.htm 5/5
Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está
realizando en la Iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las
queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración convalientes catequistas y
asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este
difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.
Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de
quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al
Apocalipsis, "la gran tribulación".
PALABRA DE ÁNIMO
Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas,
casi como la presencia del Padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Nelson
Rutilio. Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya terminaron su faena, y ahora se unen a
esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a
través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del
cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las
Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a
las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco
acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que
no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.
Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el
atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de
humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este
mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de
la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que
hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que
han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para
decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas
idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este
lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica.
Y ningún día me parece tan hermoso para decirles el lenguaje claro de la Iglesia que este día
1º de noviembre, Día de Todos los Santos, y en vísperas del Día de los Difuntos también
recordarles el fin de la vida humana: todo se acaba -y solamente queda la alegría de haber sido
leal a la ley del Señor, de haber amado al prójimo, de haberse dado por el prójimo, dado en
generosidad, en amor, en servicio- y no haber aprovechado la vida para atropellar la dignidad y
los derechos del hombre, sino para que a la hora en que nuestra muerte nos presente ante el
tribunal, sepamos recibir de aquellos labios infalibles divinos un: "¡Pase adelante! Venia, benditos
de mi Padre a poseer el reino de los cielos, porque fuiste caritativo, porque no fuisteis groseros,
porque todo lo que hiciste con uno de mis hermanos chiquitos a mí me lo hiciste. A mí me
golpeaste cuando torturaste, a mí me mataste cuando hiciste aquel crimen, a mí también me
serviste con amor cuando me defendían cuando dabas tu cara por mí, cuando enseñabas el
catecismo a los niños, cuando atendías a los enfermos, cuando dabas al necesitado por amor. Y te
confundías pensando que hacías otra cosa! A mí me servías!"
Este es el lenguaje nítido de la Iglesia; no lo confundamos, por favor. Quisiera decirles
pues, hermanos, en este Día de los Difuntos, el sublime lenguaje que nos está hablando hoy en
esta tumba el Padre Grande, don Manuel Solórzano y el niño Nelson Rutilio Lemus. ¿Qué
lenguaje nos están hablando? El lenguaje de que todo termina, lo temporal termina en la tumba: lo
temporal… pero es cuando comienza lo eterno; y que ya lo eterno se ha recogido también en lo
temporal cuando en lo temporal, es decir en las cosas de la tierra, se tuvo presente que ya aquí en
la tierra comienza un reino de los cielos.
Y por eso este Día de Todos los Santos yo incorporo en esta tumba de bienaventurados del
cielo a estos tres muertos, y a nuestros queridos difuntos también, que en esta ola de persecución
han muerto. Yo quiero recordar aquí al querido hermano, el Padre Alfonso Navarro, a nuestros
queridos hermanos catequistas, -sería imposible enumerarlos- pero recordemos, por ejemplo a
Filomena Puertas, a Miguel Martínez, a tantos otros, queridos hermanos, que han trabajado, que
han muerto, y que en la hora de su dolor, de su agonía dolorosa, mientras los despellejaban,
mientras los torturaban y daban su vida, mientras eran ametrallados, subieron al cielo. ¡Y están
allá victoriosos! ¿Quién ha vencido? Como la Biblia, podemos preguntar desde el cielo a nuestros
mártires, a los que los mataron y los siguen persiguiendo, a los cristianos: "¿Dónde está, oh
muerte, tu victoria?" La victoria es la de la fe. Han salido victoriosos los matados por la justicia.
Y los vencidos, los humillados, los que ahora no dan su cara, son los que mataron. No los
odiamos. Desde el altar pedimos a Dios: dales Señor el arrepentimiento, que vuelvan por los
caminos de la piedad, que se den cuenta del horrendo crimen que cometen, para que sean un día
también santos como bienaventurados del cielo. Porque, hermanos, el cristiano no odia. Yo me
imagino al Padre Grande y a los mártires de nuestra persecución, en el cielo pidiendo mucho al
Señor por sus verdugos para que se conviertan y vengan un día a gozar esta alegría que da el
haber sido fieles al Señor. No podemos imaginar al Padre Grande -yo lo dije allá en su funeral en
la Catedral- un Padre Grande odiando, pidiendo venganza, azuzando a la violencia, como se le
calumnió. El que lo conoció sabe que aquel corazón era imposible para estos sentimientos de
odio, que los vulgares asesinos se pueden imaginar y lo imaginan, en su corazón de sacerdotes y
de apóstol.
Yo los incorporo a nuestros muertos, no sólo para que recemos por ellos pidiendo su eterno
descanso, sino que en el Día de los santos yo he dicho, también, pensando en ellos, la plegaria
que acaba de decir aquí en el altar: "Señor, tú has juntado en una sola fiesta los méritos de todos
los santos", es decir, de todos los sacerdotes, cristianos, catequistas martirizados, sufrientes del
dolor y de la persecución, para darnos la alegría de celebrarlos en una turba innumerable allá en el
cielo.
LAS BIENAVENTURANZAS
Y hermanos, en esta reflexión que estamos haciendo aquí en la querida iglesia de El Paisnal,
convertida en una tumba muy querida, esta meditación nos lleva a pensar en el evangelio que les
acabo de leer: Bienaventuranzas. Son los caminos por donde caminan los verdaderos cristianos.
Les he prometido hablarles aquí hoy, en este ambiente de confusión de Aguilares y de El Paisnal,
en este ambiente de espionaje, de orejas, de informadores falsos, que comprendan el lenguaje
nítido de la Iglesia. Se están dando cuenta que aquí no estoy yo azuzando a nadie a una revancha,
a un odio, a una violencia. Han escuchado la lectura que con voz clara acabo de hacerles de los
caminos que yo quisiera para todos los que caminan en esta tierra, en El Paisnal, en Aguilares: los
caminos de las Bienaventuranzas. Estos son los caminos que predico estos son los senderos por
donde la Iglesia lleva a sus hijos esto a sus hijos, esto es lo que se enseña en nuestros grupos de
reflexión, esto es lo que enseñan los catequistas en la celebración de la palabra, en la enseñanza
del catecismo a los niños: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos". Si predicaron otra cosa que no son los caminos de la Bienaventuranza, no serían
católicos, no serían reuniones católicas. Pero que se den cuenta, hermanos, de los caminos por
donde la Iglesia va enseñando a sus hijos, cuando en sus opciones personales son libres de
incorporarse a las agrupaciones que quieran; pero si quieren llevar su nombre cristiano a esas
agrupaciones tiene que llevar muy hondo en su corazón estos sentimientos de las
bienaventuranzas.
Y esto es lo que hicieron el padre Grande y los compañeros que trabajaron en estas tierras.
Enseñaron lo que acaba de decir el Papa en el sínodo de la catequesis y muchos obispos de
Latinoamérica, que el catecismo que hay que enseñar hoy a nuestro pueblo no tiene que ser un
catecismo que se olvida de los grandes problemas sociales en que viven los cristianos, que tiene
que ser una catequesis que recuerde las dimensiones históricas, es decir, los compromisos de un
cristiano que vive hoy y aquí en estas tierras tan problematizadas, y que verdaderos catequistas,
como fueron estos jesuitas que pasaron por Aguilares, tienen que enseñar ese lenguaje del
compromiso de la fe tomando opciones también en la vida concreta de su pueblo, pero siempre
como cristianos, nunca la violencia, nunca el odio, nunca otra cosa más que el evangelio que se
acaba de decir por dónde caminan los santos.
LA LIBERACION QUE PREDICA LA IGLESIA
Y santos los hay también en los grupos donde se lucha la liberación de nuestro pueblo. No
todos, naturalmente, son santos. Hay muchos que predican el odio y predican la violencia y no
creen en el camino del amor. Yo quisiera, si alguno de ellos me está oyendo, decirle que se
convierta a los caminos cristianos. Recuerdo muy bien en el funeral del Padre Grande, citando yo
los pensamientos de Pablo VI en su exhortación Evangelii Nuntiandi, decir que éstos, como el
Padre Grande, son los hombres que la Iglesia ofrece en colaboración con la liberación del mundo
actual, que la Iglesia tiene que luchar por esta liberación de las esclavitudes y sobre del pecado,
pero que esa liberación que la Iglesia predica lleva tres características que yo encontré en el Padre
Grande y en los liberadores también que, como el Padre Grande, se incorporan a la lucha
liberadora de nuestro pueblo:
1º. Una inspiración de fe;
2º. Una inspiración de amor;
3º. Una doctrina social de la Iglesia puesta a la base de su prudencia y de su acción.
1. INSPIRACION DE FE
Estas tres cosas hacen al hombre cristiano de hoy, el verdadero liberador de su pueblo. Que
su lucha se ilumina en una fe. ¿Y qué otra cosa es el Día de Todos los Santos? Una fe que nos
abre el horizonte donde irán a dar los que luchan limpiamente, iluminados en la fe, para hacer un
pueblo más digno, para liberar al hombre de las esclavitudes, del analfabetismo, del hambre, de la
miseria en que vive la mayoría de nuestro pueblo. La Iglesia no puede ser indiferente a tanto
dolor, a tanta injusticia; y ella lucha, pero con sus ojos puestos en la fe. Sólo desde la
Bienaventuranza, desde la esperanza de ese cielo iluminado por la fe, los verdaderos liberadores
cristianos colaborarán con el verdadero lenguaje de la Iglesia. Ojalá, hermanos, no se dejen
confundir con otras ideologías, con el ateísmo, con una lucha solamente de tierra, de adquirir
poderes políticos, sino con una lucha que pone sobre todo su esperanza en la gran recompensa
que Cristo ha dicho hoy: Bienaventurados los que sufren por la justicia, porque ellos serán
saciados. Bienaventurados los que ahora lloran el hambre, la pobreza, la miseria, la marginación,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los liberadores que ponen su fuerza no en las
armas, no en el secuestro, no en la violencia ni en el dinero, sino que saben que la liberación tiene
que venir de Dios, que será la conjugación maravillosa del poder liberador de Dios y del esfuerzo
cristiano de los hombres. Que se conviertan, que no adoren el ídolo de la riqueza, ni del poder
político, y por mantenerlo son capaces de hacer cualquier atropello. Que se conviertan para que
unidos al trabajador, al pobre, pobres y ricos, patronos y obreros, dueños de fincas y trabajadores,
todos construyamos ese mundo nuevo, ese cielo nuevo de esperanza cristianas.
2. INSPIRACION DE AMOR
Y luego, hermanos, no solamente una luz de fe, sino una inspiración de amor. El verdadero
liberador cristiano, el que gozará un día la patria del cielo, será aquel que lucha en la tierra con la
potencia de la justicia, pero con inspiración del amor. No odia, no mata, no hace el mal, sino que
ama y espera en el Dios que es Dios de amor y que oye el clamor de su pueblo y a su hora
también vendrá a dar ese amor que hace falta en el mundo. Suspiremos por ese amor, hermanos.
Desde la tumba del Padre Grande elevemos al cielo una plegaria: Señor, envía amor a esta tierra.
Tú que trajiste fuego para que ardiera en el corazón de los hombres, mira cuanto odio, mira
cuanta frialdad, mira cuanto materialismo, cuanto egoísmo, cuanta envidia. Señor, que tu amor
queme tanta basura en el corazón de los hombres y no hagamos santos, porque la santidad que
ahora celebramos, Día de Todos los Santos, es aquella que hizo el trabajo cada uno en su propio
deber, cada uno en su propia vocación: yo como obispo, otros como sacerdotes, como religiosas,
como catequistas, como jornaleros, como trabajadores cada uno, pero realizando su tarea con
amor: servir al prójimo por amor a Dios.
3. LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Y también, además de esa inspiración de fe y esa inspiración de amor, conocer la doctrina
social de la Iglesia. La Arquidiócesis ha editado un folletito en el cual están contenidas las
orientaciones sociales a la luz del magisterio de los pontífices, del evangelio. Yo les encarezco,
hermanos, sobre todo aquellos que se preocupan de los problemas sociales, estudien la doctrina
social de la Iglesia, cómo la Iglesia sabe conjugar el respeto de los derechos y las exigencias
también de los deberes. He aquí, pues, la pauta, para que en esta reflexión, nosotros salgamos de
esta peregrinación que hemos hecho a la tumba del Padre Grande y de los compañeros en el
martirio, a celebrar el Día de los Muertos y el Día de los Santos. Porque desde esta tumba del
Padre Grande vamos a rezar, hermanos, por todos los sacerdotes muertos, por todos los religiosos
y religiosas muertas, por todos los catequistas, por todos los cristianos, por todas nuestras familias
que ya duermen el sueño de la paz. No vamos a visitar cementerios, pero desde la tumba de este
símbolo de los muertos, el Padre Grande y sus dos compañeros de asesinato, vamos a rezar por
todos los muertos. Lo estamos haciendo ya. Y pensando en nuestros muertos, los pensamos
santos. Y mientras tanto, nosotros queremos también ser santos con la santa inquietud de la
liberación cristiana. ¡Santifiquémonos!
Ahora, hermanos, no se santifica nadie, si no entra en estas exigencias del evangelio a la
hora actual. Por eso no teman los conservadores, sobre todo aquellos que no quisieran que se
hablara de la cuestión social, de los temas espinosos, que hoy necesita el mundo. No teman que
los que hablamos de estas cosas nos hayamos hecho comunistas o subversivos. No somos más
que cristianos, sacándole al evangelio las consecuencias que hoy, en esta hora, necesita la
humanidad, nuestro pueblo. Y por aquí se camina, por la pobreza de espíritu, por la lucha por la
justicia, por los sembradores de paz. Los caminos de la Bienaventuranza están hoy en caminos
muy peligrosos, y por eso son pocos los que los quieren caminar. No tengamos miedo. Sigamos
este caminar que nos llevará a ser un día difuntos, para que recen por nosotros, pero también
santos en el cielo, participantes de la gloria de Cristo resucitado.
Celebremos esta eucaristía, hermanos. La Iglesia de El Paisnal está convertida esta mañana
en una catedral, porque la catedral es donde el obispo, centro de la unidad de toda la diócesis,
eleva la hostia y el cáliz, que es Cristo, en señal de unidad de todo un pueblo, toda la
Arquidiócesis, al Señor, para pedirle a Dios que a cambio de este sacrificio de Cristo en el altar, al
que se unen los sacrificios de todos los que trabajan por el Reino de Dios, nos bendiga, nos haga
santos, con esa santidad moderna de los cristianos comprometidos con la hora actual. Que de aquí
salgamos pues, hermanos, más animosos y que aquellos que todavía no se han acercado (tal vez a
través de la radio les llega esta voz) sepan que desde la tumba del Padre Grande ha salido un grito
de la Arquidiócesis: Cristianos, ¡valor! No importan las horas difíciles, porque también para
nosotros, si somos fieles, se oirá la voz del Apocalipsis, que se acaba de cantar como liturgia de la
palabra: "Estos son los que vinieron de la gran tribulación y ahora gozan la alegría de los elegidos
del Padre". Así sea