miércoles, 1 de noviembre de 2023

PALABRA COMENTADA

 

TODOS LOS SANTOS(1 DE NOVIEMBRE)

Apocalipsis 7,2-4.9-14



REFLEXIÓN

apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: "¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!"

Héroes anónimos, eso son los santos innombrados y ocultos.

Hombres, mujeres, niños y ancianos, tejiendo existencias que aportan bien, amor y justicia a otros, no obstante sus traspiés.

Grupos humanos acosados, perseguidos, violentados por fuerzas hostiles que los desarraigan de sus bienes, y sancionan por su fe pacífica y religiosa.

"Éstos son los que vienen de la gran tribulación(tzlipsis:presión interna extrema que deja sin escapatoria, ni opciones, en impotencia): han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero."


La Palabra recoge un momento histórico de martirio. Persecución, aflicción y muerte por ser cristiano, en el siglo I d.C.

Los santos serán en toda época quienes den su sangre y sus vidas en nombre de Jesús, como testimonio de fe.

Un martirio para serlo no requiere exigitivamente el derramamiento de sangre, porque la confesión o testimonio de fe también se puede manifestar a lo largo de la vida de una persona, asumiendo las presiones y tensiones que comporta la congruencia y fidelidad a la Palabra.

Así muchos creyentes anónimamente viven entregando sus existencias a una lucha por un reino de equidad, justicia, paz, amor.

Esta humilde, muda y sorda construcción tiene un espacio de celebración en este día memorial, porque nada se pierde de esa lucha por la acogida que le hace el Padre de Jesús.

En esta celebración y abrazo del Señor tiene su lugar toda acción solidaria de buena voluntad esparcida por el ancho mundo.

Encuentran su nicho en esta conmemoración los mártires jesuitas de la UCA de San Salvador, entre otros.

Hombres y mujeres sin afán de notoriedad, pero servidores del evangelio en diversos contextos: académico, político, investigativo, pastoral o el servicio doméstico.

Vidas que echan luz sobre la propia existencia y la de nuestras violentas sociedades, faltas de suficiente equidad.

Igual parece un signo, dentro de la diversidad de ellos, la conciencia que se tiene entre muchos creyentes, sobre la justicia de tantos que no están, oficial y confesionalmente, como creyentes de un credo determinado.

Quizás ante el desengaño y la desilusión de la incongruencia de nuestro testimonio, fijamos la mirada en otros modos de creer en el Absoluto Radical, por si entre ellos se da la verdadera justicia.

Salmo responsorial: 23



REFLEXIÓN


¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El hombre de manos inocentes / y puro corazón, / que no confía en los ídolos

Cualquiera que cumple con este perfil es un santo de Dios. Aun sin ceremonia de canonización eclesiástica.

Los ídolos pueden revolcarnos, pero no derrotarnos, si contamos con la justicia del Señor.

1Juan 3,1-3



REFLEXIÓN


El mundo no nos conoce porque no le conoció a él

El anonimato y no el protagonismo es el que distingue a este pueblo de santos.

Confiamos en hacerlo conocer cuando nos conozcan

ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos


En la opacidad de la carne, como en el cuarzo, refulgen diminutos destellos cual advertencia de una silente transformación.

Todo el que tiene esperanza en él, se purifica a mismo, como él es puro.


La autocrítica purificadora brota imparable como signo de la presencia de la esperanza y en ella el Señor.

Se va abriendo nuestra conciencia, capa tras capa para ir revelándose en nosotros, en medio de las contingencias históricas.

Mateo 5,1-12ª



REFLEXIÓN


al ver Jesús el gentío


Qué vería Jesús en ese momento dentro del corazón de la muchedumbre? Porque la masa popular en muchos textos bíblicos se muestra torpe, de dura cerviz, inconforme, demandante, exigente, malagradecida, insaciable.

Sin embargo en lo profundo Jesús recoge un espíritu que es ayudado por el gemido de otro Espíritu, y así es alcanzado en su corazón.

Un anhelo de transformación de su destino e incorporación al designio del Padre.

Por y para ese anhelo Jesús enumera las felicidades de los pobres, los sufridos, los misericordiosos…

"Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo."

Una felicidad especial nace del estilo de vida que nos comunica aquí la Palabra.

Gente que busca ciertos valores que casi nadie ambiciona, pero permiten una convivencia pacífica y equitativa.

Se configura así un reino, un dominio, una jurisdicción a contravía de la violencia mundana que prolonga la ley del más fuerte de una evolución del caos no humanizante.

Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

Confesamos que sí nos motiva nuestra recompensa en los cielos, morada del Padre.

Porque en ello, más allá del interés por el premio, se encuentra la convivencia perfecta que anhelamos.

Sobre todo valor relativo, hay un valor absoluto: el Reino de Dios, Dios.


Esto implica una captación del valor supremo, mas allá de la razón, que no es suficientemente capaz.


Por eso la necesidad del espíritu: ser pobres de espíritu.

El es el que permite y facilita la purificación por medio de la esperanza.


En ella anima nuestra vigilia

histórica hasta el fin…


https://x.com/motivaciondehoy/status/1719684476651933730?s=20


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Apocalipsis 7,2-4.9-14

Sólo la sangre, paradójicamente , del cordero lava y blanquea. Este será el vestido apropiado para participar el el convite definitivo del triunfo de Jesús.

Salmo responsorial: 23

La existencia feliz del cristiano en la historia implica el desapego constante de los ídolos a los que su corazón es propenso. Para su logro contamos con aquellos que ya participan en la celebración definitiva de la vida perdurable.

1Juan 3,1-3

Ser hijo de Dios, como realidad presente pero aún en proceso, en desarrollo significa la felicidad cristiana, paradójica en su existencia, porque implica la confluencia del dolor y el gozo, por la causa de Jesús.

Mateo 5,1-12a

Las felicidades o la felicidad propuesta por Jesús es el estilo de vida que cumplido se constituirá la palma para celebrar el triunfo o reinado de Jesús, no ya en la entrada a la Jerusalén histórica y temporal, sino a la celestial , donde el cordero se destapa finalmente como la víctima sanadora por su sangre y entrega, como inspiración de una muchedumbre de seguidores.

BEATO CARLO

 
1/11/23, 6:28 M. Romero: Todos los Santos 
(ciclo C) (01/11/77)
https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/C/771101.htm 5/5

Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está

realizando en la Iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las

queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración convalientes catequistas y

asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este

difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.

Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de

quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al

Apocalipsis, "la gran tribulación".

PALABRA DE ÁNIMO

Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas,

casi como la presencia del Padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Nelson

Rutilio. Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya terminaron su faena, y ahora se unen a

esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a

través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del

cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las

Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a

las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco

acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que

no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.

Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el

atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de

humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este

mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de

la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que

hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que

han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para

decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas

idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este

lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica.


Y ningún día me parece tan hermoso para decirles el lenguaje claro de la Iglesia que este día

1º de noviembre, Día de Todos los Santos, y en vísperas del Día de los Difuntos también

recordarles el fin de la vida humana: todo se acaba -y solamente queda la alegría de haber sido

leal a la ley del Señor, de haber amado al prójimo, de haberse dado por el prójimo, dado en

generosidad, en amor, en servicio- y no haber aprovechado la vida para atropellar la dignidad y

los derechos del hombre, sino para que a la hora en que nuestra muerte nos presente ante el

tribunal, sepamos recibir de aquellos labios infalibles divinos un: "¡Pase adelante! Venia, benditos

de mi Padre a poseer el reino de los cielos, porque fuiste caritativo, porque no fuisteis groseros,

porque todo lo que hiciste con uno de mis hermanos chiquitos a mí me lo hiciste. A mí me

golpeaste cuando torturaste, a mí me mataste cuando hiciste aquel crimen, a mí también me

serviste con amor cuando me defendían cuando dabas tu cara por mí, cuando enseñabas el

catecismo a los niños, cuando atendías a los enfermos, cuando dabas al necesitado por amor. Y te

confundías pensando que hacías otra cosa! A mí me servías!"

Este es el lenguaje nítido de la Iglesia; no lo confundamos, por favor. Quisiera decirles

pues, hermanos, en este Día de los Difuntos, el sublime lenguaje que nos está hablando hoy en

esta tumba el Padre Grande, don Manuel Solórzano y el niño Nelson Rutilio Lemus. ¿Qué

lenguaje nos están hablando? El lenguaje de que todo termina, lo temporal termina en la tumba: lo

temporal… pero es cuando comienza lo eterno; y que ya lo eterno se ha recogido también en lo

temporal cuando en lo temporal, es decir en las cosas de la tierra, se tuvo presente que ya aquí en

la tierra comienza un reino de los cielos.

Y por eso este Día de Todos los Santos yo incorporo en esta tumba de bienaventurados del

cielo a estos tres muertos, y a nuestros queridos difuntos también, que en esta ola de persecución

han muerto. Yo quiero recordar aquí al querido hermano, el Padre Alfonso Navarro, a nuestros

queridos hermanos catequistas, -sería imposible enumerarlos- pero recordemos, por ejemplo a

Filomena Puertas, a Miguel Martínez, a tantos otros, queridos hermanos, que han trabajado, que

han muerto, y que en la hora de su dolor, de su agonía dolorosa, mientras los despellejaban,

mientras los torturaban y daban su vida, mientras eran ametrallados, subieron al cielo. ¡Y están

allá victoriosos! ¿Quién ha vencido? Como la Biblia, podemos preguntar desde el cielo a nuestros

mártires, a los que los mataron y los siguen persiguiendo, a los cristianos: "¿Dónde está, oh

muerte, tu victoria?" La victoria es la de la fe. Han salido victoriosos los matados por la justicia.

Y los vencidos, los humillados, los que ahora no dan su cara, son los que mataron. No los

odiamos. Desde el altar pedimos a Dios: dales Señor el arrepentimiento, que vuelvan por los

caminos de la piedad, que se den cuenta del horrendo crimen que cometen, para que sean un día

también santos como bienaventurados del cielo. Porque, hermanos, el cristiano no odia. Yo me

imagino al Padre Grande y a los mártires de nuestra persecución, en el cielo pidiendo mucho al

Señor por sus verdugos para que se conviertan y vengan un día a gozar esta alegría que da el

haber sido fieles al Señor. No podemos imaginar al Padre Grande -yo lo dije allá en su funeral en

la Catedral- un Padre Grande odiando, pidiendo venganza, azuzando a la violencia, como se le

calumnió. El que lo conoció sabe que aquel corazón era imposible para estos sentimientos de

odio, que los vulgares asesinos se pueden imaginar y lo imaginan, en su corazón de sacerdotes y

de apóstol.

Yo los incorporo a nuestros muertos, no sólo para que recemos por ellos pidiendo su eterno

descanso, sino que en el Día de los santos yo he dicho, también, pensando en ellos, la plegaria

que acaba de decir aquí en el altar: "Señor, tú has juntado en una sola fiesta los méritos de todos

los santos", es decir, de todos los sacerdotes, cristianos, catequistas martirizados, sufrientes del

dolor y de la persecución, para darnos la alegría de celebrarlos en una turba innumerable allá en el

cielo.

LAS BIENAVENTURANZAS

Y hermanos, en esta reflexión que estamos haciendo aquí en la querida iglesia de El Paisnal,

convertida en una tumba muy querida, esta meditación nos lleva a pensar en el evangelio que les

acabo de leer: Bienaventuranzas. Son los caminos por donde caminan los verdaderos cristianos.

Les he prometido hablarles aquí hoy, en este ambiente de confusión de Aguilares y de El Paisnal,

en este ambiente de espionaje, de orejas, de informadores falsos, que comprendan el lenguaje

nítido de la Iglesia. Se están dando cuenta que aquí no estoy yo azuzando a nadie a una revancha,

a un odio, a una violencia. Han escuchado la lectura que con voz clara acabo de hacerles de los

caminos que yo quisiera para todos los que caminan en esta tierra, en El Paisnal, en Aguilares: los

caminos de las Bienaventuranzas. Estos son los caminos que predico estos son los senderos por

donde la Iglesia lleva a sus hijos esto a sus hijos, esto es lo que se enseña en nuestros grupos de

reflexión, esto es lo que enseñan los catequistas en la celebración de la palabra, en la enseñanza

del catecismo a los niños: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino

de los cielos". Si predicaron otra cosa que no son los caminos de la Bienaventuranza, no serían

católicos, no serían reuniones católicas. Pero que se den cuenta, hermanos, de los caminos por

donde la Iglesia va enseñando a sus hijos, cuando en sus opciones personales son libres de

incorporarse a las agrupaciones que quieran; pero si quieren llevar su nombre cristiano a esas

agrupaciones tiene que llevar muy hondo en su corazón estos sentimientos de las

bienaventuranzas.

Y esto es lo que hicieron el padre Grande y los compañeros que trabajaron en estas tierras.

Enseñaron lo que acaba de decir el Papa en el sínodo de la catequesis y muchos obispos de

Latinoamérica, que el catecismo que hay que enseñar hoy a nuestro pueblo no tiene que ser un

catecismo que se olvida de los grandes problemas sociales en que viven los cristianos, que tiene

que ser una catequesis que recuerde las dimensiones históricas, es decir, los compromisos de un

cristiano que vive hoy y aquí en estas tierras tan problematizadas, y que verdaderos catequistas,

como fueron estos jesuitas que pasaron por Aguilares, tienen que enseñar ese lenguaje del

compromiso de la fe tomando opciones también en la vida concreta de su pueblo, pero siempre

como cristianos, nunca la violencia, nunca el odio, nunca otra cosa más que el evangelio que se

acaba de decir por dónde caminan los santos.

LA LIBERACION QUE PREDICA LA IGLESIA

Y santos los hay también en los grupos donde se lucha la liberación de nuestro pueblo. No

todos, naturalmente, son santos. Hay muchos que predican el odio y predican la violencia y no

creen en el camino del amor. Yo quisiera, si alguno de ellos me está oyendo, decirle que se

convierta a los caminos cristianos. Recuerdo muy bien en el funeral del Padre Grande, citando yo

los pensamientos de Pablo VI en su exhortación Evangelii Nuntiandi, decir que éstos, como el

Padre Grande, son los hombres que la Iglesia ofrece en colaboración con la liberación del mundo

actual, que la Iglesia tiene que luchar por esta liberación de las esclavitudes y sobre del pecado,

pero que esa liberación que la Iglesia predica lleva tres características que yo encontré en el Padre

Grande y en los liberadores también que, como el Padre Grande, se incorporan a la lucha

liberadora de nuestro pueblo:

1º. Una inspiración de fe;

2º. Una inspiración de amor;

3º. Una doctrina social de la Iglesia puesta a la base de su prudencia y de su acción.

1. INSPIRACION DE FE

Estas tres cosas hacen al hombre cristiano de hoy, el verdadero liberador de su pueblo. Que

su lucha se ilumina en una fe. ¿Y qué otra cosa es el Día de Todos los Santos? Una fe que nos

abre el horizonte donde irán a dar los que luchan limpiamente, iluminados en la fe, para hacer un

pueblo más digno, para liberar al hombre de las esclavitudes, del analfabetismo, del hambre, de la

miseria en que vive la mayoría de nuestro pueblo. La Iglesia no puede ser indiferente a tanto

dolor, a tanta injusticia; y ella lucha, pero con sus ojos puestos en la fe. Sólo desde la

Bienaventuranza, desde la esperanza de ese cielo iluminado por la fe, los verdaderos liberadores

cristianos colaborarán con el verdadero lenguaje de la Iglesia. Ojalá, hermanos, no se dejen

confundir con otras ideologías, con el ateísmo, con una lucha solamente de tierra, de adquirir

poderes políticos, sino con una lucha que pone sobre todo su esperanza en la gran recompensa

que Cristo ha dicho hoy: Bienaventurados los que sufren por la justicia, porque ellos serán

saciados. Bienaventurados los que ahora lloran el hambre, la pobreza, la miseria, la marginación,

porque ellos serán consolados. Bienaventurados los liberadores que ponen su fuerza no en las

armas, no en el secuestro, no en la violencia ni en el dinero, sino que saben que la liberación tiene

que venir de Dios, que será la conjugación maravillosa del poder liberador de Dios y del esfuerzo

cristiano de los hombres. Que se conviertan, que no adoren el ídolo de la riqueza, ni del poder

político, y por mantenerlo son capaces de hacer cualquier atropello. Que se conviertan para que

unidos al trabajador, al pobre, pobres y ricos, patronos y obreros, dueños de fincas y trabajadores,

todos construyamos ese mundo nuevo, ese cielo nuevo de esperanza cristianas.

2. INSPIRACION DE AMOR

Y luego, hermanos, no solamente una luz de fe, sino una inspiración de amor. El verdadero

liberador cristiano, el que gozará un día la patria del cielo, será aquel que lucha en la tierra con la

potencia de la justicia, pero con inspiración del amor. No odia, no mata, no hace el mal, sino que

ama y espera en el Dios que es Dios de amor y que oye el clamor de su pueblo y a su hora

también vendrá a dar ese amor que hace falta en el mundo. Suspiremos por ese amor, hermanos.

Desde la tumba del Padre Grande elevemos al cielo una plegaria: Señor, envía amor a esta tierra.

Tú que trajiste fuego para que ardiera en el corazón de los hombres, mira cuanto odio, mira

cuanta frialdad, mira cuanto materialismo, cuanto egoísmo, cuanta envidia. Señor, que tu amor

queme tanta basura en el corazón de los hombres y no hagamos santos, porque la santidad que

ahora celebramos, Día de Todos los Santos, es aquella que hizo el trabajo cada uno en su propio

deber, cada uno en su propia vocación: yo como obispo, otros como sacerdotes, como religiosas,

como catequistas, como jornaleros, como trabajadores cada uno, pero realizando su tarea con

amor: servir al prójimo por amor a Dios.

3. LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Y también, además de esa inspiración de fe y esa inspiración de amor, conocer la doctrina

social de la Iglesia. La Arquidiócesis ha editado un folletito en el cual están contenidas las

orientaciones sociales a la luz del magisterio de los pontífices, del evangelio. Yo les encarezco,

hermanos, sobre todo aquellos que se preocupan de los problemas sociales, estudien la doctrina

social de la Iglesia, cómo la Iglesia sabe conjugar el respeto de los derechos y las exigencias

también de los deberes. He aquí, pues, la pauta, para que en esta reflexión, nosotros salgamos de

esta peregrinación que hemos hecho a la tumba del Padre Grande y de los compañeros en el

martirio, a celebrar el Día de los Muertos y el Día de los Santos. Porque desde esta tumba del

Padre Grande vamos a rezar, hermanos, por todos los sacerdotes muertos, por todos los religiosos

y religiosas muertas, por todos los catequistas, por todos los cristianos, por todas nuestras familias

que ya duermen el sueño de la paz. No vamos a visitar cementerios, pero desde la tumba de este

símbolo de los muertos, el Padre Grande y sus dos compañeros de asesinato, vamos a rezar por

todos los muertos. Lo estamos haciendo ya. Y pensando en nuestros muertos, los pensamos

santos. Y mientras tanto, nosotros queremos también ser santos con la santa inquietud de la

liberación cristiana. ¡Santifiquémonos!

Ahora, hermanos, no se santifica nadie, si no entra en estas exigencias del evangelio a la

hora actual. Por eso no teman los conservadores, sobre todo aquellos que no quisieran que se

hablara de la cuestión social, de los temas espinosos, que hoy necesita el mundo. No teman que

los que hablamos de estas cosas nos hayamos hecho comunistas o subversivos. No somos más

que cristianos, sacándole al evangelio las consecuencias que hoy, en esta hora, necesita la

humanidad, nuestro pueblo. Y por aquí se camina, por la pobreza de espíritu, por la lucha por la

justicia, por los sembradores de paz. Los caminos de la Bienaventuranza están hoy en caminos

muy peligrosos, y por eso son pocos los que los quieren caminar. No tengamos miedo. Sigamos

este caminar que nos llevará a ser un día difuntos, para que recen por nosotros, pero también

santos en el cielo, participantes de la gloria de Cristo resucitado.

Celebremos esta eucaristía, hermanos. La Iglesia de El Paisnal está convertida esta mañana

en una catedral, porque la catedral es donde el obispo, centro de la unidad de toda la diócesis,

eleva la hostia y el cáliz, que es Cristo, en señal de unidad de todo un pueblo, toda la

Arquidiócesis, al Señor, para pedirle a Dios que a cambio de este sacrificio de Cristo en el altar, al

que se unen los sacrificios de todos los que trabajan por el Reino de Dios, nos bendiga, nos haga

santos, con esa santidad moderna de los cristianos comprometidos con la hora actual. Que de aquí

salgamos pues, hermanos, más animosos y que aquellos que todavía no se han acercado (tal vez a

través de la radio les llega esta voz) sepan que desde la tumba del Padre Grande ha salido un grito

de la Arquidiócesis: Cristianos, ¡valor! No importan las horas difíciles, porque también para

nosotros, si somos fieles, se oirá la voz del Apocalipsis, que se acaba de cantar como liturgia de la

palabra: "Estos son los que vinieron de la gran tribulación y ahora gozan la alegría de los elegidos

del Padre". Así sea