martes, 30 de abril de 2024

DOCTORES DE LA IGLESIA

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


San Cirilo de Alejandría Comentario al evangelio de San Juan 10,2

El Señor, para convencernos de que es necesario que nos adhiramos a él por el amor, ponderó cuán grandes bienes se derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de Cristo nos une con él). 

REFLEXIÓN

Compartir la naturaleza equivale a ser como Él mismo, de la misma calidad, tal como Él es. Hablar de naturaleza para entonces sería compartir la misma pasta divina, más que meramente humana. Es decir, sobre humana, mistérica, innombrable, tal como Jesús. Compartidos de Dios, sus vástagos, sus descendientes si cabe. Un sueño hecho realidad. Un encumbramiento que se ha venido dando desde Jesús de Nazareth, pasando por el Unigénito, hasta ser sus hermanos, su cuerpo. No se habrán atrevido demasiado estas especulaciones teológicas y catequéticas, para salir al frente de adversarios hostiles, dentro y fuera de la comunidad?

La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión del Señor con nosotros es una unión de amor y de inhabitación. Nosotros, en efecto, partimos de un buen deseo y nos adherimos a Cristo por la fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos, pues, como lo afirmaba San Pablo, el que se une al Señor es un espíritu con él.

REFLEXIÓN

Ser de un mismo espíritu, equivale a compartir la intimidad y motivarse con lo que a Él motiva, pulsar como Él, convivir en su órbita, permanecer en su rumbo.

De la misma forma que en un lugar de la Escritura se dice de Cristo que es cimiento y fundamento (pues nosotros, se afirma, estamos edificados sobre él y, como piedras vivas y espirituales entramos en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, cosa que no sería posible si Cristo no fuera fundamento), así, de manera semejante, Cristo se llama a sí mismo vid, como si fuera la madre y nodriza de los sarmientos que proceden de él. En él y por él hemos sido regenerados en el Espíritu para producir fruto de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de la vida nueva que se funda en su amor. 

REFLEXIÓN

Los frutos de tal unión, al modo de sarmientos que fructifican, son propios del que ama. El fruto de la nueva vida es amar y darse en amor. Acrisolado, amor que en la purificación a la que todo amor es sometido, ha ido dejando como náufragos en la orilla, y basura en las márgenes, el propio amor, querer e interés. Cómo será eso, si quien ama parte del propio amor, querer e interés? Por una transformación por amor al prójimo como a sí mismo.

Y esta vida la conservaremos si perseveramos unidos a él y como injertados en su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio y procuramos conservar los grandes bienes que nos confió, esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu que habita en nosotros, pues, por medio de él, Dios mismo tiene su morada en nuestro interior. 

REFLEXIÓN

Perseverar sin contristar es un programa de existencia arduo y combatiente, hasta cierto punto inhumano, porque no encontramos en nosotros fuerza y no es raro desfallecer

De qué modo nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros nos lo pone en claro el evangelista Juan al decir: En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Pues, así como la raíz hace llegar su propia savia a los sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con él por la fe: así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud.

REFLEXIÓN

Ante todo se celebra y glorifica la gratuidad, el inmerecimiento, el amor primero y tenaz del Señor. El que nos hace capaces de arrancar desde nosotros hacia una correspondencia que esperamos sea inagotable.

lunes, 29 de abril de 2024

DOCTORES DE LA IGLE

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


San Gregorio de Nisa Sermón sobre la resurrección de Cristo 

Ha comenzado el reino de la vida y se ha disuelto el imperio de la muerte. Han aparecido otro nacimiento, otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra misma naturaleza. ¿De qué nacimiento se habla? Del de aquellos que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. ¿Preguntas que cómo es esto posible? Lo explicaré en pocas palabras. Este nuevo ser lo engendra la fe; la regeneración del bautismo lo da a luz; la Iglesia, cual nodriza, lo amamanta con su doctrina e instituciones y con su pan celestial lo alimenta; llega a la edad madura con la santidad de vida; su matrimonio es la unión con la Sabiduría; sus hijos, la esperanza; su casa, el Reino; su herencia y sus riquezas, las delicias del paraíso; su desenlace no es la muerte, sino la vida eterna y feliz en la mansión de los santos. 

REFLEXIÓN

El entusiasmo y el triunfalismo son notas destacadas de los tiempos en que la Iglesia muestra crecer y sus miembros pertenencia. Pero no fue siempre así, no lo será, porque cada tanto se hace sentir que no se ve y palpa tal victoria, y vida nueva, sino fehaciente la muerte y el mal.

Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, Sobre la divina providencia 
(Cap. 167, Acción de gracias a la Santísima Trinidad: edición latina, Ingolstadt 1583, ff. 290v-291)

GUSTÉ Y VÍ

¡Oh Divinidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión con tu divina naturaleza hiciste de tan gran precio la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo, en el que cuanto más busco más encuentro, y cuanto más encuentro más te busco. Tú sacias el alma de una manera en cierto modo insaciable, ya que
siempre queda con hambre y apetito, deseando con avidez que tu luz nos haga ver la luz, que eres tú misma.

Gusté y vi con la luz de mi inteligencia, ilustrada con tu luz, tu profundidad insondable, Trinidad eterna, y la belleza de tus creaturas: por esto, introduciéndome en ti, vi que era imagen tuya, y esto por un don que tú me has hecho, Padre eterno, don que procede de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es atribuida por apropiación a tu Unigénito y el Espíritu Santo, que procede de ti, Padre, y de tu Hijo,
me dio una voluntad capaz de amar.

Porque tú, Trinidad eterna, eres el hacedor, y yo la hechura: por esto he conocido con la luz que tú me has dado, al contemplar cómo me has creado de nuevo por la sangre del Hijo único, que estás enamorado de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Divinidad, oh mar profundo!: ¿qué don más grande podías otorgarme que el de ti mismo? Tú eres el fuego que arde constantemente sin consumirse; tú eres quien consumes con tu calor todo amor del alma a sí misma. Tú eres, además, el fuego que aleja toda frialdad, e iluminas las mentes con tu luz, esta luz con la que me has dado a conocer tu verdad.

En esta luz, como en un espejo, te veo reflejado a ti, sumo bien, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría: porque tú eres la misma sabiduría, tú el manjar de los ángeles, que por tu gran amor te has comunicado a los hombres.

Tú eres la vestidura que cubre mi desnudez, tú sacias nuestra hambre con tu dulzura, porque eres dulce sin mezcla de amargor, ¡oh Trinidad eterna