viernes, 10 de enero de 2025

PALABRA COMENTADA


 

Viernes Después de Epifanía

1Juan 5,5-13



REFLEXIÓN

¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

La Palabra nos habla de éxito, logro, cumplimiento de metas con una clave: creer en Jesús de Nazareth como Hijo de Dios.

Se puede creer en él como un ser humano espectacular, pero no es suficiente, porque no ponemos nuestra confianza sin límites en nadie limitado.

Para que Jesús reúna las condiciones de lo ilimitado requiere ser reconocido como absoluto: el Hijo de Dios.

Juan, el nombre del autor de esta literatura que nos comunica la Palabra, vivió un desafío temprano para la comunidad de los creyentes.

Jesús tenía verdadera carne, pero no era Dios porque una carne corruptible no puede albergar la divinidad.

Era el prejuicio de la mentalidad griega con influjo platónico.

Pero también vivió otro desafío: su carne era aparente y por lo tanto no era un hombre de verdad, un ser humano. Era apariencia humana.

Ambas conclusiones venían del mismo prejuicio: supuestamente preservar la divinidad en su estatus.

Había que reforzar la fe centrada en Jesús de Nazareth, el hombre de carne y Espíritu, como Hijo de Dios, divino.

En nuestro tiempo como reacción a la insistencia de la espiritualidad medieval sobre la divinidad de Jesús y su alejamiento vivencial en nuestra espiritualidad actual, se insiste con vehemencia en Jesús de Nazareth como ser humano de carne y hueso, tal como nosotros. Eso ha sido bueno para equilibrar.

Como aun en lo bueno entra el mal espíritu disfrazado de luz, se ha llegado al extremo de dudar, omitir, aún negar a Jesús como Hijo de Dios. Su divinidad.

De ahí la importancia también hoy de la confesión que nos encomienda la Palabra.

En qué consistirá la transignificación de ciertas fórmulas, que tiempo antes no levantaban ninguna emoción? Así, creer en Jesús como Hijo de Dios, no tiene en este momento un énfasis vivencial o existencial relacionado con la ortodoxia, sino más bien con la convicción y esperanza del aporte definitivo, radical y fundamental de Jesús como Hijo de Dios para la viabilidad humana.

En Hijo de Dios más que un título, concentramos un clamor, el de los necesitados de efectiva salvación. No más salvación-espejismo, provisional, en forma de alivios y placebos.

En él, reconocido como vinculado inextricablemente a Dios como Padre, ponemos el deseo profundo, que es el índice vivencial de la precariedad, pero de la sublimidad humana.

En él con este reconocimiento, exclamamos que su realidad de Hijo nos provoca para que nos la juguemos totalmente hacia el rumbo que marca.

el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

No sólo como bautista. Sino también como mártir. Y aún así, sólo el Espíritu da testimonio. No se produce automáticamente: pueden haber muchos bautistas, muchos mártires, pero sin Espíritu, no hay verdad

Porque tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo

Un simbolismo que apunta a la verdadera humanidad: agua y sangre, y a la verdadera divinidad: el Espíritu.

Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo

La consecuencia definitiva de la divinidad de Jesús es que una carne humana logra traspasar la corruptibilidad y comunicar una vida que no termina, plena.

La resurrección de la carne de Jesús es el testimonio de Dios sobre su Jesús como su Hijo y el don de la vida definitiva en él.

Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna

Una convicción de fe en el nombre tiene la potencialidad de comunicarnos el gozo de la vida plena que no acaba.

Si en nuestra vida corriente experimentamos con mayor o menor frecuencia periodos de inconformidad e insatisfacción con nuestra vida, es porque en alguna forma percibimos espiritualmente que estamos teniendo acceso, por fe, a otra calidad de vida superior.

Y ese contraste nos conmociona.

Salmo responsorial: 147



REFLEXIÓN

Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión:

Nuestra acción de gracias, por tanto, constituye nuestro primer deber vital en posesión de la vida que no acaba.

La acción de gracias es el gesto de la memoria que se recicla para dar profundidad y trascendencia a nuestra existencia.

Como la mesa compartida cuando comemos recicla nuestra memoria existencial de familia unida.

Lucas 5,12-16




REFLEXIÓN

"Señor, si quieres puedes limpiarme."

Podemos parafrasear cambiando el si condicional por el sí afirmativo: Sí quieres! Puedes limpiarme!

Disponibilidad para sanar es lo que emana Jesús. El “si quieres” es más un recurso para animarse a creer, que la negación potencial de la intención sanadora. La oración es para la fe su verdad salvadora, porque la ubica en la actitud de escucha y conversión.

"Quiero, queda limpio."

Así la voluntad de sanación por parte de Jesús es indubitable. No podemos ni debemos dudar de su inclinación y voluntad para otorgarnos calidad de vida.

"Ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para que les conste."

Dado que entonces, llegar hasta el final con la sanación emprendida por fe, es un proceso que va más allá del momento inicial de la curación, y ese proceso no sería posible sin la colaboración del sanado y sus circunstancias, tenemos que abrirnos al sentido integral de la voluntad de sanación por parte de Jesús.

Es decir que sí seguro que Jesús me quiere sanar. Pero que debo disponerme a un proceso de conversión, para que tal sanación adquiera todo el sentido querido por Jesús.

Porque la sanación es un signo del reino de los cielos, del reino del Padre.

Pero él solía retirarse a despoblado para orar.

Se insiste en Lucas en la oración que hace Jesús.

Es la comprensión que tienen los creyentes de la primera comunidad, sobre la necesidad de ubicar el significado de las buenas obras, como servicio al reino y no como dominación de los hermanos.

Jesús no descuida cultivar la actitud de verdad salvadora, para dar vida al que necesita y cree.

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Viernes Después de Epifanía

1Juan 5,5-13

Salmo responsorial: 147

Lucas 5,12-16

SAN CARLO DE JESÚS ACUTIS DE ASIS


 

LA GRACIA EN CARLO LO INSERTA ENTRE LOS OTROS PARA DARSE


De los Sermones de san Máximo de Turín, obispo
(Sermón 100, Sobre la sagrada Epifanía, 1, 3: CCL 23, 398-400)

LOS MISTERIOS DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

El Evangelio nos explica que el Señor fue al río Jordán para ser bautizado en él, y que allí quiso ser consagrado con celestiales misterios.
No sin razón celebramos esta festividad después del día de Navidad - aunque ambos hechos están separados por varios años-, ya que en cierto modo también esta fiesta viene a ser como un nacimiento.
El día de Navidad nació para los hombres, hoy renace por los sagrados misterios; entonces fue dado a luz por la Virgen, hoy es engendrado por obra de unos signos celestiales. Al nacer según la naturaleza humana, su madre María lo abrazó en su seno; ahora, al ser engendrado místicamente, es como si Dios Padre lo abrazara afectuosamente con aquella voz: Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo. María mece suavemente al recién nacido en sus rodillas, el Padre atestigua con su voz su afecto para con su Hijo; la madre lo ofrece a los magos para que lo adoren, el Padre lo da a conocer a todos los hombres para que le rindan culto.
Así, pues, el Señor Jesús viene para ser bautizado y quiere que su cuerpo santo sea lavado en las aguas del Jordán.
Alguien dirá quizás: «Si era santo, ¿por qué quiso ser bautizado?» Escucha, pues, lo siguiente: Cristo es bautizado no para ser él santificado por las aguas, sino para que las aguas sean santificadas por él, y para purificarlas con el contacto de su cuerpo. Más que de una consagración de Cristo, se trata de una consagración de la materia del bautismo.
Desde el momento en que Cristo se sumerge en el agua, toda ella queda limpia con miras a nuestro bautismo, y es purificada la fuente para que los pueblos venideros puedan recibir la gracia bautismal. Cristo, pues, marcha él primero al bautismo, para que los cristianos sigan confiadamente tras él.
En esto entreveo yo un significado misterioso: también la columna de fuego iba por delante en el mar Rojo,para que los israelitas siguieran decididamente tras ella; ella penetró la primera en las aguas para preparar el camino a los que irían en pos de ella. Este hecho, como dice el Apóstol, era un símbolo del bautismo. Y fue ya en cierto modo como un bautismo en el que los hombres eran cubiertos por la nube y llevados por las aguas.
Todo ello es obra de Cristo el Señor, pues era él quien precedía entonces en el mar a los israelitas, en la columna de fuego, y es él quien precede ahora al pueblo cristiano en el bautismo, en la columna de su cuerpo. La misma columna que entonces iluminaba los pasos de los que la seguían proporciona ahora su luz a los corazones de los creyentes; entonces abrió en medio de las olas un camino firme, ahora, en el baño bautismal, robustece los pasos del creyente.