jueves, 10 de abril de 2025

SAN CARLO DE JESÚS ACUTIS DE ASIS



 
De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano segundo
(Núm. 9)
 
LA IGLESIA, SACRAMENTO VISIBLE DE LA UNIDAD SALUTÍFERA

 

Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Pondré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-.

 Pacto nuevo que estableció Cristo, es decir, el nuevo Testamento en su sangre, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se condensara en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo pueblo de Dios.

 Pues los que creen en Cristo -renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo, no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo- son hechos por fin linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios; aquellos que en otro tiempo no eran pueblo y son ahora pueblo de Dios.

 Ese pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación y, habiendo conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina ahora gloriosamente en los cielos.

 Poseen los que forman este pueblo la dignidad y libertad de los hijos de Dios, y en sus corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.

 Tienen por ley el mandato de amar como el mismo Cristo nos amó.

 Tiene, últimamente, este pueblo como fin la dilatación del reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por él mismo al fin de los tiempos, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida, y la creación misma se vea liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

 Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.

Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra.

 Así como el pueblo de Israel según la carne, cuando peregrinaba por el desierto, fue llamado ya alguna vez Iglesia de Dios, así el nuevo Israel, que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente, es llamado también Iglesia de Cristo, porque él la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social.

 La congregación de todos los creyentes, que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno.

miércoles, 9 de abril de 2025

DOCTORES DE LA IGLESIA


 

AYUDANOS A CONOCER MÁS A JESÚS DE QUIEN TE ENAMORASTE Y VIVIR UNA VIDA PLENA

Miércoles V semana de Cuaresma

San Agustín Comentario a los salmos 85,1

No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por cabeza al que es su Palabra, por quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma que él es Hijo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre y hombre con el hombre, y así, cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.

REFLEXIÓN

Galimatías acomodaticio? Predicar de Jesús lo sublime y lo abyecto: será posible una yuxtaposición de identidades, como un actor de teatro que velozmente cambia su vestuario para asumir sendos personajes: el divino y el humano? Hemos de reconocer que atolladeros como éstos nos han alejado en el presente de la persona de Jesús de Nazaret, y preferimos quedarnos con el hombre, porque el divino no sentimos que encaja. Pero a pesar de eso, quienes lo conocieron, sus apóstoles, mujeres discípulas y favorecidos no pudieron sustraerse al misterio que emanaba con su decir y hacer. Y no pudieron explicar ese magnetismo más que divinizándolo rabiosamente, aunque los otros no lo entendieran y aun lo persiguieran. Sin conocerlo y tratarlo no daremos con ese misterio y magnetismo, y así experimentar si se da o no esa divinización. Más allá de lo que afirma un dogma.