San Ambrosio Comentarios sobre los
salmos 36, 65-66
En todo momento, tu corazón y tu boca
deben meditar la sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes
llevar en el corazón la ley de tu Dios. Por esto, te dice la Escritura.
Hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.
Hablemos, pues, del Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, y
Palabra de Dios. Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de
Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior.
Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de
virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la
paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es todo esto. Está
escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú ábrela, que él habla. En este sentido
dijo el salmista: Voy a escuchar lo que dice el Señor, y el mismo Hijo de Dios
dice: Abre tu boca que te la llene.
REFLEXIÓN
De nuestra parte existe la
potencialidad de constituirnos en boca prestada para la Palabra de Dios. Tal es
posible si nuestra disposición para con ella es hacerla centro de nuestro querer, entender,
discurrir, aconsejar y decidir. Si toda nuestra sabiduría humana se ofrece como
plataforma para ser relanzada en sabiduría de Dios.
Pero no todos pueden percibir la
sabiduría en toda su perfección, como Salomón o Daniel; a todos, sin embargo,
se les infunde, según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de que
tengan fe. Si crees, posees el espíritu de sabiduría.
REFLEXIÓN
Es una posibilidad
democrática, abierta al pueblo que la quiera vivir, sin distinción de ningún
tipo. Pero si se vive de fe. Si se cree en la Palabra de Dios, si se cree que
ella puede habitar en nosotros como lo hace en su Hijo. Si se cree que somos
llamados a colaborarle como boca de su mensaje.
Por esto, medita y habla siempre las
cosas de Dios, estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia
o, también, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro interior con
nosotros mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no sea que caigas
por tu mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como quien juzga. Habla
cuando vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo. Hablas por el camino
si hablas en Cristo, porque Cristo es el camino. Por el camino, háblate a ti
mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle: Quiero –dice– que los
hombres recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de iras y
divisiones. Habla, oh hombre, cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el
sueño de la muerte. Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré sueño a mis
ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una
morada para el Fuerte de Jacob. Cuando te levantes, habla también de él, y
cumplirás así lo que se te manda.
REFLEXIÓN
Hemos de hablar
incesantemente la Palabra de Dios para que este proceso de radicarla en nuestro
centro profundo, y darle salida con nuestra boca y sabiduría no se detenga en
su transformación para la vida nueva.
Fíjate cómo te despierta Cristo. Tu alma
dice: Oigo a mi amado que llama, y Cristo responde: Ábreme, amada mía. Ahora ve
cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice: ¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro
que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor! El amor es Cristo.
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