De la Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación, del Concilio Vaticano segundo.(núms. 3-4)
CRISTO LLEVA A TÉRMINO TODA LA REVELACIÓN
Dios, al crear y conservar por medio del Verbo todas las cosas, da a los hombres un primer testimonio perenne de sí mismo en las cosas creadas; pero, queriendo también abrir a la humanidad el camino de una salvación sobrenatural, se manifestó además personalmente, ya desde el principio, a nuestros primeros padres.
Después de su caída, con la promesa de la redención les dio la esperanza de la salvación y, luego, incesantemente manifestó su solicitud por el género humano, a fin de dar la vida eterna a todos los que, perseverando en la práctica de las buenas obras, buscan la salvación.
A su tiempo también llamó a Abraham, para hacer de él una gran nación; después de los patriarcas, educó a su pueblo por medio de Moisés y los profetas, para que lo conocieran a él como el único Dios vivo y verdadero, Padre providente y Juez justo, y esperaran al Salvador prometido, y así, a lo largo de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio; y, después que a través de muchas etapas y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros antepasados por ministerio de los profetas, en estos tiempos, que son los últimos, nos ha hablado por medio de su Hijo.
Envió a su Hijo, es decir, el Verbo eterno que ilumina a todos los hombres, a fin de que habitara entre ellos y les revelara los secretos de Dios.
Así, pues, Jesucristo, el Verbo hecho carne, «hombre enviado a los hombres», habla las palabras de Dios y lleva a cabo la obra salvífica que el Padre le ha encomendado. Por eso Jesucristo —ver al cual es ver al Padre—, por toda su presencia y por todo lo que manifiesta de sí mismo, por sus palabras y obras, señales y milagros, pero principalmente por su muerte y gloriosa resurrección de entre los muertos y finalmente por el envío del Espíritu Santo, lleva a término y confirma, con testimonio divino, la revelación de que Dios está con nosotros, para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos para la vida eterna.
Por tanto, la economía cristiana, que es alianza eterna y definitiva, no pasará jamás, y ya no hay que esperar una nueva revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo