lunes, 16 de enero de 2023

DOCTORES DE LA IGLESIA

 


Lunes, II semana

De la vida de san Antonio, escrita por san Atanasio, obispo
(Cap. 2-4: PG 26, 842-846) LA VOCACIÓN DE SAN ANTONIO

Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de esos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio: Si quieres ser perfecto, ve a vender lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme. Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles, y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana. Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio: No os inquietéis por el día siguiente. Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a una vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación. Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres. Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para orar sin cesar; en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros.
Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.

REFLEXIÓN

En nuestro tiempo se discutiría si el santo tenía derecho a disponer de los bienes que corresponderían a su hermana, porque ella también tendría derechos: mínimo a ser consultada y respetada. No nos convenceríamos que pudiéramos medir la necesidad de otros en base a la exigua nuestra. Quizás estaríamos más de acuerdo en que el santo viviera según lo que había pregonado y anunciado: en pobreza y mortificación. Sólo entonces nos inclinaríamos a tener en cuenta su estilo de vida como admirable y poco usual. Porque vivimos un momento en el que se han multiplicado las demandas por los derechos conculcados, entre ellos de las mujeres, también dueñas de su propio destino. Y vivimos en un momento de extremo individualismo, en el que aunque recibamos buenos ejemplos, somos indiferentes porque cada uno debe ser respetado en lo que hace y no criticar. Así usamos nuestro ethos actual para juzgar el ethos del pasado. Lo cual no parece ajustado a verdad. Pero queda la lección que toda la Iglesia siguiendo el Evangelio de Jesús de Nazareth está llamada a un seguimiento en conciencia, aunque sea contra cultura.

domingo, 15 de enero de 2023

PALABRA COMENTADA

 

domingo 2 de tiempo ordinario

Isaías 49,3.5-6



REFLEXIÓN

Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso

Jesús es el hijo que complace al Padre. No es el pródigo, aunque tiene un Padre pródigo. No es el rebelde que luego hace lo que el padre desea.

Hay una estrecha relación con el padre no obstante que el Padre no siempre aparece. Aun para Jesús el Padre, su Padre, es Misterio.

Es libertad que se acepta por fe, asumiendo que Él sabe más y debemos esperar lo mejor.

para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel

Jesús viene a buscar lo perdido. Parecía que sólo era a su carne y sangre, pero en el camino esa misión se excedió.

Un designio que se despliega con sorpresas, y etapas aparentemente inéditas o no planificadas.

Esperar en el Espíritu implicaría así abrirse a la novedad, porque es posible que no hayamos entendido todo de una, a la primera.

mi Dios fue mi fuerza

Quien nos manifiesta su designio, también nos apoya y acompaña a desplegarlo y aplicarlo. No es sólo planificador, diseñador, sino también supervisor.

te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

Este siervo Jesús es para más. La resurrección lo convierte en un paradigma de humanidad, una clave de regeneración y transformación. Un motor de cambio.

Salmo responsorial: 39He proclamado tu salvación



REFLEXIÓN

Que sea para tu gloria puede significar que representa mucho que esta obra no se marchite.

Que sea autosustentable, autoregenerable. Porque tú estés ahí dando vida y sosteniendo.

Pertenecemos a la misión que siembra el árbol de la vida que no termina.

1Corintios 1,1-3



REFLEXIÓN

por designio de Dios

No se trata de un honor que arrebatamos, sino que es un servicio que se nos asigna, y frente al que la conciencia no deja claudicar, ni abandonar.

Juan 1,29-34



REFLEXIÓN

Éste es el Cordero de Dios

Pero esa seguridad también afrontó dudas propias o de sus discípulos. Debió crecer su certeza con el tiempo y el testimonio de Jesús.

Como una plantita, la fe en uno mismo y la misión de parte del Señor, pareció no ser viable. Tantas contradicciones y conflictos se le enfrentaron.

Pero después de un tiempo de persistir, incluso más allá del propio convencimiento, toma figura y relieve el designio del Señor como algo sustancial en nuestras vidas, como algo capaz de justificar el sentido de vida con el que nos levantamos cada mañana.

Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios

Amén, en verdad así es. Es el testimonio de alguien persuadido, que se atreve a mantener su experiencia, en función de otros que vendrán para apoyarse en ello.

El testigo se sabe responsable de la fe que se delega y hereda. Por eso no deja de abonarla. No le es indiferente la no-fe. No cabe en su perspectiva de vida.

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