San Agustín Tratados sobre el evangelio
de San Juan 65,1-3
El Señor Jesús pone de manifiesto que lo
que da a sus discípulos es un nuevo mandamiento, que se amen unos a otros: Os
doy, dice, un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. ¿Pero acaso este
mandamiento no se encontraba ya en la ley antigua, en la que estaba escrito:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué lo llama entonces nuevo el Señor,
si está tan claro que era antiguo? ¿No será que es nuevo porque nos viste del
hombre nuevo después de despojarnos del antiguo? Porque no es cualquier amor el
que renueva al que oye, o mejor al que obedece, sino aquel a cuyo propósito
añadió el Señor, para distinguirlo del amor puramente carnal: como yo os he
amado. Éste es el amor que nos renueva, y nos hace ser hombres nuevos,
herederos del nuevo Testamento, intérpretes de un cántico nuevo. Este amor,
hermanos queridos, renovó ya a los antiguos justos, a los patriarcas y a los
profetas, y luego a los bienaventurados apóstoles; ahora renueva a los
gentiles, y hace de todo el género humano, extendido por el universo entero, un
único pueblo nuevo, el cuerpo de la nueva esposa del Hijo de Dios, de la que se
dice en el Cantar de los Cantares: ¿Quién es ésa que sube del desierto vestida
de blanco? Sí, vestida de blanco, porque ha sido renovada; ¿y qué es lo que la
ha renovado sin el mandamiento nuevo? Porque, en la Iglesia, los miembros se
preocupan unos por otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los
demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan. La
Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras: Os doy un mandato nuevo:
que os améis mutuamente. No como se aman quienes viven en la corrupción de la
carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres; sino como se
quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo, y llegan a ser
hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que
él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su
anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no quedará ningún anhelo por
saciar cuando Dios lo sea todo en todos. Este amor nos lo otorga el mismo que
dijo : como yo os he amado, amaos también entre vosotros. Pues para esto nos
amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo
posible que nos ligáramos estrechamente, y como miembros unidos por tan dulce
vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza.
REFLEXIÓN
La novedad del mandato,
sobre el antiguo y más allá de él, estriba en el “como yo los he amado”, en el
modo Jesús de amar: dando la vida, por todos, para unirnos a sí en un solo
cuerpo. Implica la encarnación de la divinidad que entre nosotros comparte su
poderoso amor, implica la fraternidad porque urge a compartir esa calidad de
amor, implica la nueva vida que genera el Jesús pascual con su amor ofertado.