De las confesiones de San Agustín, obispo
(Lib 10,34: CSEL 33, 265-267)
Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman
¡Oh luz!, luz que Tobit veía cuando, ciegos los ojos de la carne, mostraba a su
hijo el camino de la vida y lo precedía con el pie de la caridad, que jamás se
equivoca; o la luz que veía Isaac cuando, con los ojos carnales cansados y
velados por la vejez, mereció bendecir a sus hijos sin conocerlos y conocerlos al
bendecirlos; o la que veía Jacob cuando, aquejado también él por sus muchos
años casi no veía, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las
generaciones del futuro pueblo, prefiguradas en sus hijos, e impuso sobre sus
nietos, los hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no en el sentido en
que su padre desde fuera rectificaba, sino en el que él interiormente discernía.
Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman. En cambio,
esta luz corporal —de que antes hablaba— sazona con una dulzura halagadora y
peligrosa la vida de los ciegos amadores del mundo. Y cuando han aprendido a
alabarte por ella, oh Dios, creador del universo, la asumen en tu himno, sin ser
asumidos por ella en su sueño: así quiero ser yo.
Resisto a las seducciones de lo sojos, para evitar que se me enreden los pies con los cuales avanzo por tus caminos, y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú saques mis pies de la red. Tú los sacas una y otra vez, pues caen en la red. Tú no cesas de sacarlos, mientras yo no ceso de enredarme en las acechanzas tendidas por todas partes, pues no dormirás ni reposarás, tú que eres el guardián de Israel.
¡Qué de cosas, realmente innumerables, elaboradas por los más variados
artes y oficios: —en vestido, calzado, vasos y otros objetos por el estilo, también
pinturas y una variada gama de objetos de cerámica, que van mucho más allá de
la necesidad, de la conveniencia y de un discreto simbolismo— no han añadido
los hombres a los naturales atractivos de los sentidos, perdiéndose
exteriormente tras las obras de sus manos, abandonando interiormente al que
los creó y destruyendo lo que son por creación! Yo, en cambio, Dios mío y gloria
mía, también por esto te dedico un himno y ofrezco un sacrificio al que por mí
se sacrifica, porque las bellezas que, a través del alma, plasman las manos del
artista, tienen su origen en aquella Belleza que planea sobre las almas y por la
cual, día y noche, suspira mi alma.
Ahora bien, los artistas y los seguidores de las bellezas exteriores toman la
suprema belleza como criterio estético de sus obras, pero no por criterio moral
de su uso. Y no obstante, esa norma está allí, pero no la ven: está allí para que
no tengan que ir lejos en su busca y reserven para ti su fortaleza, sin necesidad
de disiparla en tan enervantes como agotadoras pesquisas. Y yo mismo que digo
y me doy cuenta de estas cosas, me enredo a veces en estas bellezas, pero tú me
librarás, Señor, me librarás porque tengo ante tus ojos tu bondad. Pues yo me
dejo cazar miserablemente, pero tú me librarás misericordiosamente: unas
veces sin yo darme cuenta, pues apenas si estaba a punto de caer; otras con
dolor, por haber caído completamente.
De las confesiones de San Agustín, obispo
(Lib 10,34: CSEL 33, 265-267)
Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman
¡Oh luz!, luz que Tobit veía cuando, ciegos los ojos de la carne, mostraba a su
hijo el camino de la vida y lo precedía con el pie de la caridad, que jamás se
equivoca; o la luz que veía Isaac cuando, con los ojos carnales cansados y
velados por la vejez, mereció bendecir a sus hijos sin conocerlos y conocerlos al
bendecirlos; o la que veía Jacob cuando, aquejado también él por sus muchos
años casi no veía, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las
generaciones del futuro pueblo, prefiguradas en sus hijos, e impuso sobre sus
nietos, los hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no en el sentido en
que su padre desde fuera rectificaba, sino en el que él interiormente discernía.
Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman. En cambio,
esta luz corporal —de que antes hablaba— sazona con una dulzura halagadora y
peligrosa la vida de los ciegos amadores del mundo. Y cuando han aprendido a
alabarte por ella, oh Dios, creador del universo, la asumen en tu himno, sin ser
asumidos por ella en su sueño: así quiero ser yo.
Resisto a las seducciones de lo sojos, para evitar que se me enreden los pies con los cuales avanzo por tus caminos, y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú saques mis pies de la red. Tú los sacas una y otra vez, pues caen en la red. Tú no cesas de sacarlos, mientras yo no ceso de enredarme en las acechanzas tendidas por todas partes, pues no dormirás ni reposarás, tú que eres el guardián de Israel.
¡Qué de cosas, realmente innumerables, elaboradas por los más variados
artes y oficios: —en vestido, calzado, vasos y otros objetos por el estilo, también
pinturas y una variada gama de objetos de cerámica, que van mucho más allá de
la necesidad, de la conveniencia y de un discreto simbolismo— no han añadido
los hombres a los naturales atractivos de los sentidos, perdiéndose
exteriormente tras las obras de sus manos, abandonando interiormente al que
los creó y destruyendo lo que son por creación! Yo, en cambio, Dios mío y gloria
mía, también por esto te dedico un himno y ofrezco un sacrificio al que por mí
se sacrifica, porque las bellezas que, a través del alma, plasman las manos del
artista, tienen su origen en aquella Belleza que planea sobre las almas y por la
cual, día y noche, suspira mi alma.
Ahora bien, los artistas y los seguidores de las bellezas exteriores toman la
suprema belleza como criterio estético de sus obras, pero no por criterio moral
de su uso. Y no obstante, esa norma está allí, pero no la ven: está allí para que
no tengan que ir lejos en su busca y reserven para ti su fortaleza, sin necesidad
de disiparla en tan enervantes como agotadoras pesquisas. Y yo mismo que digo
y me doy cuenta de estas cosas, me enredo a veces en estas bellezas, pero tú me
librarás, Señor, me librarás porque tengo ante tus ojos tu bondad. Pues yo me
dejo cazar miserablemente, pero tú me librarás misericordiosamente: unas
veces sin yo darme cuenta, pues apenas si estaba a punto de caer; otras con
dolor, por haber caído completamente.