miércoles, 25 de septiembre de 2024

DOCTORES DE LA IGLESIA


De las confesiones de San Agustín, obispo
(Lib 10,34: CSEL 33, 265-267)
Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman

¡Oh luz!, luz que Tobit veía cuando, ciegos los ojos de la carne, mostraba a su

hijo el camino de la vida y lo precedía con el pie de la caridad, que jamás se

equivoca; o la luz que veía Isaac cuando, con los ojos carnales cansados y

velados por la vejez, mereció bendecir a sus hijos sin conocerlos y conocerlos al

bendecirlos; o la que veía Jacob cuando, aquejado también él por sus muchos

años casi no veía, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las

generaciones del futuro pueblo, prefiguradas en sus hijos, e impuso sobre sus

nietos, los hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no en el sentido en

que su padre desde fuera rectificaba, sino en el que él interiormente discernía.


Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman. En cambio,

esta luz corporal —de que antes hablaba— sazona con una dulzura halagadora y

peligrosa la vida de los ciegos amadores del mundo. Y cuando han aprendido a

alabarte por ella, oh Dios, creador del universo, la asumen en tu himno, sin ser

asumidos por ella en su sueño: así quiero ser yo. 


Resisto a las seducciones de lo sojos, para evitar que se me enreden los pies con los cuales avanzo por tus caminos, y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú saques mis pies de la red. Tú los sacas una y otra vez, pues caen en la red. Tú no cesas de sacarlos, mientras yo no ceso de enredarme en las acechanzas tendidas por todas partes, pues no dormirás ni reposarás, tú que eres el guardián de Israel.


¡Qué de cosas, realmente innumerables, elaboradas por los más variados

artes y oficios: —en vestido, calzado, vasos y otros objetos por el estilo, también

pinturas y una variada gama de objetos de cerámica, que van mucho más allá de

la necesidad, de la conveniencia y de un discreto simbolismo— no han añadido

los hombres a los naturales atractivos de los sentidos, perdiéndose

exteriormente tras las obras de sus manos, abandonando interiormente al que

los creó y destruyendo lo que son por creación! Yo, en cambio, Dios mío y gloria

mía, también por esto te dedico un himno y ofrezco un sacrificio al que por mí

se sacrifica, porque las bellezas que, a través del alma, plasman las manos del

artista, tienen su origen en aquella Belleza que planea sobre las almas y por la

cual, día y noche, suspira mi alma.


Ahora bien, los artistas y los seguidores de las bellezas exteriores toman la

suprema belleza como criterio estético de sus obras, pero no por criterio moral

de su uso. Y no obstante, esa norma está allí, pero no la ven: está allí para que

no tengan que ir lejos en su busca y reserven para ti su fortaleza, sin necesidad

de disiparla en tan enervantes como agotadoras pesquisas. Y yo mismo que digo

y me doy cuenta de estas cosas, me enredo a veces en estas bellezas, pero tú me

librarás, Señor, me librarás porque tengo ante tus ojos tu bondad. Pues yo me

dejo cazar miserablemente, pero tú me librarás misericordiosamente: unas

veces sin yo darme cuenta, pues apenas si estaba a punto de caer; otras con

dolor, por haber caído completamente.

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