San Gregorio Magno Tratados morales
sobre Job 23,23-24
Escucha mis palabras, Job, presta oído a
mi discurso. Esta es la característica propia de la manera de enseñar de los
arrogantes, que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar
rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de
manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en el lugar más
elevado, y miran a los que reciben su enseñanza como si estuvieran muy por
debajo de ellos, y se dignan hablarles no en plan de consejo, sino como quien
pretende imponerles su dominio. A estos tales les dice, con razón, el Señor,
por boca del profeta: Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia.
Con crueldad y con violencia dominan, en efecto, aquellos que, en vez de
corregir a sus súbditos razonando reposadamente con ellos, se apresuran a
doblegarlos rudamente con su autoridad. Por el contrario, la verdadera
enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia, con tanto más
interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir con los dardos de
sus palabras a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no
ir a obtener, con una manera arrogante de comportarse, el resultado contrario,
es decir: predicar a aquel a quien quiere atacar, con santas enseñanzas, en el
corazón de sus oyentes. Y, así, se esfuerza por enseñar de palabra y de obra la
humildad, madre y maestra de todas las virtudes, de manera que la explica a los
discípulos de la verdad con las acciones, más que con las palabras.
REFLEXION
Hay una rebelión
generalizada contra la autoridad, venga de donde venga, ya no se puede ocultar.
Un fenómenos universal, reprimido cada vez más violentamente y con sangre,
porque ha ido creciendo sin parar. Y es que la autoridad del que enseña se
ensaña quien obedece y aprende, y toda la ristra de maestros de todo tipo, de
educadores de todo nivel, laicos y religiosos, hemos cometido más de una vez la
falta de enseñar para reprimir, y aconductar, no para hacer pensar y
reflexionar.
De ahí que Pablo, hablando a los
tesalonicenses, como olvidándose de la autoridad que tenía por su condición de
apóstol, les dice: Os tratamos con delicadeza. Y, en el mismo sentido, el
apóstol Pedro, cuando dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra
esperanza a todo el que os la pidiere, enseña que hay que guardar en ello el
modo debido, añadiendo: Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia.
Y, cuando Pablo dice a su discípulo: De esto tienes que hablar, animando y
reprendiendo con autoridad, no es su intención inculcarle un dominio basado en
el poder, sino una autoridad basada en la conducta.
REFLEXION
El magisterio apostólico
con el tiempo se contaminó de las maneras reales, y enseñó a vasallos
ignorantes, más que a hermanos ansiosos de conocimiento.
En efecto, la manera de enseñar algo con
autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda
garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, lo que le
aconseja no es un modo de hablar arrogante y altanero, sino la confianza que
infunde una buena conducta. Por esto, hallamos escrito también acerca del
Señor: Les ensenaba con autoridad, y no como los escribas y fariseos. Él, en
efecto, de un modo único y singular, hablaba con autoridad, en el sentido verdadero
de la palabra, ya que nunca cometió mal alguno por debilidad. Él tuvo por el
poder de su divinidad aquello que nos comunicó a nosotros por la inocencia de
su humanidad.
REFLEXION
Jesús no rehuyó el título
de maestro, pero rehusó ser identificado con los que recibían reverencia en las
plazas, y primeros lugares en las comidas. Su autoridad se sobrepuso a los que
imponían la suya con poder.