jueves, 18 de marzo de 2021

DOCTORES DE LA IGLESIA

 

Jueves IV semana de Cuaresma

San León Magno Sermón de la pasión del Señor 15,3-4



El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.

REFLEXIÓN

Una contemplación válida es aquella que promueve la identificación con la persona que sufre, como otro Jesús crucificado. Carne de mi carne, hueso de mis huesos, fue el resultado de la contemplación de Adán cuando le presentó Dios a Eva, tras el sueño en el que de una costilla fue formada. Allí se dio la identificación, con la otra, distinta de la serie de animales que le habían presentado antes. Y algo semejante , a la fusión de carnes, se le pronostica al hombre y la mujer que dejan su casa paterna, para poner su hogar propio aparte, desde donde seguirán el mandato de la reproducción. Con Jesús la identificación contemplativa es con todo el que sufre, más allá de cualquier división, porque han cesado las fronteras de genero, de generación, de etnia y cultura.

Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos, efectúese ya ahora en los corazones.

REFLEXIÓN

Resucitar en los corazones es la esperanza de los que han perdido todo en las guerras de exterminio que se vienen dando por toda la tierra, en todos los rincones. No por ser de tal o cual lugar, lengua o cultura merecen nuestra identificación con su carne, sino por ser sufrientes, otros Cristos crucificados, unos mencionados colectivamente, alguno individualmente, otros absolutamente anónimos por parte de los medios que se interesan en visibilizarlos.

A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él? Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera. Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.

REFLEXIÓN

El exclusivo club de los salvados no existe, no hay tal. El único que no entra es el que se auto excluye, e incluso él será entendido en su rechazo, de manera que la misericordia duerma a su puerta, como un fiel can.

No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón.

REFLEXIÓN

Nuestra soberbia es tan refinada, fruto preciado del acusador, que brega a convencernos el inmerecido acceso al perdón, por el tamaño de la culpa. En eso toda culpa es un monstruo que e agiganta se se le alimenta con el resentimiento y la falsa vergüenza.

Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo. Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel ? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión, es fruto de la condición humana del Señor? Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era Unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana, ni la plenitud de la naturaleza divina.

REFLEXIÓN

Quien llora como humano por la aflicción sufrida, entra en la humanidad de Jesús glorificada, que lo alcanza en su sufrimiento por padecerla. Hemos venido a ser de una carne consolada, perdonada, amada en su vulnerabilidad y por lo mismo salvada.

Nuestro es lo que por tres días yació exánime en el sepulcro, y al tercer día resucitó; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.

REFLEXIÓN

Ponerse de su parte es ponerse de mi parte, en aquella humanidad que necesita misericordia

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