Jueves IV semana de Cuaresma
San León Magno Sermón de la pasión del Señor 15,3-4
El
verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera,
con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia
carne.
REFLEXIÓN
Una contemplación válida es aquella que promueve la
identificación con la persona que sufre, como otro Jesús crucificado. Carne de
mi carne, hueso de mis huesos, fue el resultado de la contemplación de Adán
cuando le presentó Dios a Eva, tras el sueño en el que de una costilla fue
formada. Allí se dio la identificación, con la otra, distinta de la serie de
animales que le habían presentado antes. Y algo semejante , a la fusión de
carnes, se le pronostica al hombre y la mujer que dejan su casa paterna, para
poner su hogar propio aparte, desde donde seguirán el mandato de la
reproducción. Con Jesús la identificación contemplativa es con todo el que
sufre, más allá de cualquier división, porque han cesado las fronteras de
genero, de generación, de etnia y cultura.
Toda la
tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles,
duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros,
quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias.
Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de
Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de
realizarse en los cuerpos, efectúese ya ahora en los corazones.
REFLEXIÓN
Resucitar en los corazones es la esperanza de los
que han perdido todo en las guerras de exterminio que se vienen dando por toda
la tierra, en todos los rincones. No por ser de tal o cual lugar, lengua o
cultura merecen nuestra identificación con su carne, sino por ser sufrientes,
otros Cristos crucificados, unos mencionados colectivamente, alguno
individualmente, otros absolutamente anónimos por parte de los medios que se
interesan en visibilizarlos.
A ninguno
de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no
auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos ¿cómo no va a
beneficiar a los que se convierten a él? Se eliminó la ignorancia, se
suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de
fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la
vieja noche cedió ante la luz verdadera. Se invita a todo el pueblo cristiano a
disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la
posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a
sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón
arrepentido.
REFLEXIÓN
El exclusivo club de los salvados no existe, no hay
tal. El único que no entra es el que se auto excluye, e incluso él será
entendido en su rechazo, de manera que la misericordia duerma a su puerta, como
un fiel can.
No
dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se
apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a
nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro
corazón.
REFLEXIÓN
Nuestra soberbia es tan refinada, fruto preciado
del acusador, que brega a convencernos el inmerecido acceso al perdón, por el
tamaño de la culpa. En eso toda culpa es un monstruo que e agiganta se se le
alimenta con el resentimiento y la falsa vergüenza.
Porque no
dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la
virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo. Y, en primer
lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» ¿a quién excluyó de su
misericordia, sino al infiel ? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con
Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue
regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién
no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el
hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la
solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión, es fruto de la
condición humana del Señor? Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba
ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era Unigénito
Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la
realidad de la naturaleza humana, ni la plenitud de la naturaleza divina.
REFLEXIÓN
Quien llora como humano por la aflicción sufrida,
entra en la humanidad de Jesús glorificada, que lo alcanza en su sufrimiento
por padecerla. Hemos venido a ser de una carne consolada, perdonada, amada en
su vulnerabilidad y por lo mismo salvada.
Nuestro
es lo que por tres días yació exánime en el sepulcro, y al tercer día resucitó;
lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la
majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y
no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que
ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria;
puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone
de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre
del cielo.
REFLEXIÓN
Ponerse de su parte es ponerse de mi parte, en aquella humanidad que necesita misericordia
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