sábado, 7 de agosto de 2021

BEATO CARLO

BEATO CARLO

 

Del tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías
(Libro 4,17, 4-6: SC 100, 590-594)
QUIERO MISERICORDIA Y NO SACRIFICIOS

Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe,
obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad,
diciendo: Quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.
Y el mismo Señor en persona les advertía: Si comprendierais lo que significa: “Quiero
misericordia y no sacrificios”, no condenaríais a los que no tienen culpa, con lo cual daba
testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en
cara su culpable ignorancia.
Y, al enseñar a sus discípulos a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque él
lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos,
tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: Esto
es mi cuerpo. Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta
naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó
cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los apóstoles
esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus
dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas
menores, anunció por adelantado: Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los
ejércitos—, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Del Oriente al Poniente es
grande entre las naciones mi nombre; en todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi
nombre, una ofrenda pura, porque es grande mi nombre entre las naciones —dice el
Señor de los ejércitos—, con las cuales palabras manifiesta con toda claridad que cesarán
los sacrificios del pueblo antiguo y que en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste
ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones.
Este nombre que ha de ser glorificado entre las naciones no es otro que el de nuestro
Señor, por el cual es glorificado el Padre, y también el hombre. Y, si el Padre se refiere a
su nombre, es porque en realidad es el mismo nombre de su propio Hijo, y porque el
hombre ha sido hecho por él. Del mismo modo que un rey, si pinta una imagen de su hijo,
con toda propiedad podrá llamar suya aquella imagen, por la doble razón de que es la
imagen de su hijo y de que es él quien la ha pintado, así también el Padre afirma que el
nombre de Jesucristo, que es glorificado por todo el mundo en la Iglesia, es suyo porque
es el de su Hijo y porque él mismo, que escribe estas cosas, lo ha entregado por la
salvación de los hombres.
Por lo tanto, puesto que el nombre del Hijo es propio del Padre, y la Iglesia ofrece al
Dios todopoderoso por Jesucristo, con razón dice, por este doble motivo: En todo lugar
ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura. Y Juan, en el Apocalipsis,
nos enseña que el incienso es las oraciones de los santos.


No hay comentarios: