Jueves, XXVIII semana
San Agustín Tratados sobre el evangelio de san Juan 26,4-6
Nadie puede venir a mí, si no lo atrae
el Padre. No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es
atraída también por el amor. Ni debemos temer el reproche que, en razón de
estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos hombres,
los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos
al verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: «¿Cómo
puedo creer libremente si soy atraído?» Y yo les respondo: «Me parece poco
decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso
con placer». ¿Qué significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y
él te dará lo que pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan
del cielo le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: «Cada cual
va en pos de su apetito», no por necesidad, sino por placer, no por obligación,
sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se
siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad,
la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo? ¿Acaso tendrán los
sentidos su deleite y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no tuviera sus
deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus alas;
se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus
delicias, porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz?
REFLEXIÓN
El tránsito de la materialidad y la realidad inmediata, hoy como ayer, hacia la saciedad del espíritu en el tiempo, y fuera de él, es un desafío permanente al peregrino de fe y esperanza que madura en el amor. Desafío es un obstáculo, un dilema, un conflicto que se interpone para nuestro crecimiento, hasta el final de la misión en el mundo. Incluso hoy, con la gravitación hacia los cambios sociales y estructurales, que generan infelicidad a las víctimas, nos encontramos con el desafío al que somos persuadidos a superar, y esta superación repercute en un sentido positivo, en una realización del bien común, que llega a su final en la plenitud de Dios.
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