Lunes III semana de Cuaresma
San Basilio Magno Homilía sobre la humildad 20,3
No se
gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se
gloríe el rico de su riqueza. Entonces ¿en qué puede gloriarse con verdad el
hombre? ¿Dónde halla su grandeza?
REFLEXIÓN
Una pregunta asaz pertinente para nuestro mundo y
siglo, toda vez que nos encontramos en la época glorificada del postmodernismo,
la posverdad, el antisistema, el emotivismo, la modernidad líquida, la sociedad
de consumo, la sociedad de la incertidumbre, el antihéroe, la post-centralidad
humana, el cambio climático, la sociedad del caos, los sistemas tecnológicos
inteligentes y así…todo lo que
contribuya a la deconstrucción, la protesta, la asonada, la rebelión, la
revolución…
Quien se
gloría –continúa el texto sagrado– que se gloríe de esto: de conocerme y
comprender que soy el Señor.
REFLEXIÓN
Cómo así? Tan ausente de todo y todos, nos podremos
gloriar? Dirán muchos y muchas.
En esto
consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se
halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede
del Señor de la gloria.
REFLEXIÓN
Dicho en otra forma, ya se dijo que el hombre, su
gloria y dignidad no se entiende sin la fuente de su grandeza y gloria: el
Señor de la Gloria.
Dice, en
efecto, el Apóstol: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor, afirmación que
se halla en aquel texto: Cristo, que Dios ha hecho para nosotros sabiduría,
justicia, santificación y redención; y así –como dice la Escritura–: «El que se
gloríe, que se gloríe en el Señor».
REFLEXIÓN
Qué bueno que ya lo dijo Pablo de Tarso, quien es
testimonio de un convertido de la propia glorificación, ganada por la persecución de los creyentes de Jesús de
Nazareth.
Por
tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo perfecto e irreprochable
en el Señor es no enorgullecernos de nuestra propia justicia, sino reconocer
que en verdad carecemos de ella y que lo único que nos justifica es la fe en
Cristo.
REFLEXIÓN
Se trata de un punto interesante, porque si algo
tenemos en exceso ahora es el reconocimiento y la queja de que no tenemos
justicia verdadera. Pero no damos el siguiente paso: reconocer la única
verdadera justificación, la de Jesús de Nazareth
En esto
precisamente se gloría San Pablo, en despreciar su propia justicia y en buscar
la que se obtiene por la fe y que procede de Dios, para así tener íntima
experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión en sus
padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de alcanzar la
resurrección de entre los muertos. Así caen por tierra toda altivez y orgullo.
El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de
esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en
Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros,
puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.
REFLEXIÓN
Y por esto no lo damos: porque es preciso reconocer
que es otra vida, la del crucificado-resucitado, la que nos justifica. Cómo se
hace este reconocimiento?
Y es el
mismo Dios quien activa en nosotros el querer y la actividad para realizar su
designio de amor. Y es Dios también el que, por su Espíritu, nos revela su
sabiduría, la que de antemano destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas
y resistencia en nuestros trabajos. He trabajado más que todos –dice Pablo–;
aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Dios saca del peligro más
allá de toda esperanza humana. En nuestro interior –dice también el Apóstol–
dimos por descontada la sentencia de muerte; así aprendimos a no confiar en
nosotros, sino en Dios que resucita a los muertos. Él nos salvó y nos salva de
esas muertes terribles; en él está nuestra esperanza, y nos seguirá salvando.
REFLEXIÓN
Pues, acercándonos al Señor de la Gloria, y abriéndonos a su activación en nosotros del amor, las fuerzas y resistencia en nuestros trabajos. Todos ellos emprendidos por el bien común. Confiando más en Él. Poniendo nuestra esperanza en Él.
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