San
Gregorio Nacianceno Sermón 45, 23-24
Vamos a
participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que
en la antigua ley (porque la Pascua de la antigua ley era, si puedo decirlo
así, como una figura oscura de nuestra Pascua, que es también aún una figura).
Pero dentro de poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y
más pura, cuando el Verbo coma y beba con nosotros la Pascua nueva en el reino
de su Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos
enseña sólo en parte.
REFLEXIÓN
La Historia de Salvación, manifiesta en esta
historia cronológica, tiene una figura oscura, otra más clara y una realidad
definitiva. Estamos en un período intermedio se puede decir, precedidos pero en
camino aún.
Porque
siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos. Qué cosa sea aquella
bebida y aquella comprensión plena, corresponde a nosotros aprenderlo, y a él
enseñárnoslo e impartir esta doctrina a los discípulos. Pues la doctrina de
aquel que alimenta es también alimento. Nosotros hemos de tomar parte en esta
fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal, de manera
perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna. Tomemos como
nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella
que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles.
Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y uñas, más muertos
que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un
sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros
celestiales. Atravesemos la primera cortina, avancemos hasta la segunda y
dirijamos nuestras miradas al Santísimo. Yo diría aún más: inmolémonos nosotros
mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras
acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su Pasión con
nuestros padecimientos, honremos su sangre
con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz. Si eres Simón
Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón,
como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue
tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al
que por ti fue crucificado, e, incluso si tú estás crucificado por tu culpa,
saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en
el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la
hermosura de aquel lugar y deja que fuera muera el murmurador con sus
blasfemias. Si eres José de Arimatea, reclama su cuerpo a quien lo crucificó y
haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a
Dios, ven a enterrar el cuerpo y úngelo con ungüentos. Si eres una de las dos
Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en
ver la piedra quitada y verás quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.
REFLEXIÓN
Tomar parte en un sentido evangélico, es perpetrar una voladura del esquema del tiempo cronológico y migrar a la dimensión que es novedad en proceso. Es preciso un esfuerzo de actualización, no de imaginación, de convencimiento, no de ilusión, para participar como actores en los acontecimientos evangélicos que rasgaron la cotidianidad de la cruz, muerte y resurrección. No hay condición humana, aún pecadora y culpable que no pueda identificarse con la pascua, hacerla suya, y asumir lo propio.
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