MIÉRCOLES 7 DE TIEMPO ORDINARIO
Año Impar
Eclesiástico 2,1-13
Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes en el momento de la prueba; pégate a él, no lo abandones, y al final serás enaltecido
Podemos tomar temor de Dios en este texto como equivalente a Misterio de Dios, que tomado en serio infunde respeto.
La relación con este Misterio sobrepasa nuestra comprensión limitada, y su amor infinito incluye pruebas, que no estamos dispuestos a recibir bien siempre.
Penetrar en ese Misterio entraña asumir las pruebas que una relación de se calibre comporta, y que para nuestro ejemplo nutre las narraciones de la vida de otros justos, también probados.
Cuál es el sentido satisfactorio de la prueba de amor? La fidelidad? El compromiso? El proceso de transformación y justificación?
Podemos y no descansamos en buscar ese sentido para calmar nuestra desazón, porque el momento de la prueba sabe a rechazo, descalificación o fracaso en medio de la existencia.
Por eso la Palabra nos echa un salvavidas, un aliento y nos pide confiar en la promesa final, si nos mantenemos de pie en la prueba, y la aceptamos con fe como parte del Misterio del Amor increado.
Acepta cuanto te suceda, aguanta enfermedad y pobreza, porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la pobreza
Estas exhortaciones tienen mucho sentido en la actualidad cuando cunde el inconformismo con la frustración y los malos momentos.
Confronta frontalmente la rebeldía permanente que no transige en menoscabar sus derechos, y toma la conformidad como una claudicación en la dignidad y lucha por la justicia.
Tanto que ante ese núcleo irreductible de protesta nos preguntamos si realmente es una lucha por la justicia o por la venganza?
Porque la conformidad y resignación con la voluntad de prueba del Señor también dignifica.
¿quién confió en el Señor y quedó defraudado?; ¿quién esperó en él y quedó abandonado?; ¿quién gritó a él y no fue escuchado?
De ordinario estamos más expuestos a los tóxicos titulares de la desesperación, pero poco hacemos por abundar en las realidades de la bendición y favores del Señor.
Como el pueblo caminante en el desierto cuando salió de Egipto, estamos más prontos al reclamo, la protesta, la maledicencia y la ingratitud.
No nos acercamos a personas de probada justicia y fe evangélica, para beber de su estilo confiado de vida, sereno ante la prueba, y en acción de gracias por la bendición.
Salmo responsorial: 36
Confía en el Señor y haz el bien
No tenemos por qué acortar nuestra generosidad por tener tropiezos. Más bien hagamos al estilo del Señor, siempre dispuesto a bendecir y amar con obras.
Marcos 9,30-37
no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle
En nuestro itinerario con Jesús, a pesar de que nos va instruyendo, tememos.
Ni osamos preguntar y saber más, por miedo a lo que nos espera y se nos exigirá.
Incluso no creemos ser capaces de todo lo que se nos pueda pedir.
Por eso nos acobardamos y mantenemos nuestra debilidad. Preferimos nuestros apegos.
Por qué tiene que ser así? Por qué hemos de temer en el camino de la fe? En la adhesión a la buena nueva?
Si observamos en las realidades de la vida, como Jesús insistía en sus parábolas, se muestra un proceso de muerte y vida.
Los hallazgos de la sicología llevan a una antropología que identifica fuerzas de muerte y de vida.
La física encuentra en sus exploraciones cada vez más microcósmicas una dinámica de extinción y expansión.
Hay por tanto un lenguaje universal, que podemos barruntar que resuena en la dimensión del Espíritu, sobre la prevalencia de los ciclos de muerte y vida.
Sólo que en la Palabra de Jesús esos ciclos rompen definitivamente en una transformación que es don del Padre.
Se trata de la resurrección cuyo paradigma es Jesús y consiste en una vida totalmente otra, para siempre.
habían discutido quién era el más importante
La incomprensión de los discípulos sobre los anuncios de Jesús de su muerte y resurrección, estaba basada en el interés que ellos mostraban, más bien, en discutir sobre su propia importancia.
Una parábola viviente de nuestro mundo, que significa para muchos opacidad y oscuridad de los temas más significativos para el sentido de la vida humana, por preferir temas relacionados con la lucha de poder.
Lo triste es que algunos que deberían velar por lo primero: los evangelizadores, caen en lo segundo: la ambición de poder.
"Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos."
Se trata de un orden diferente y novedoso. Debemos emplear nuestra ambición vital, nuestra libido en servir a otros. Es una clave de vida. Un modo de vivir que ayuda a vivir sin miedos, a superar apegos, a aceptar lo que somos en la realidad, sin escapes. Y así sirviendo crecemos.
Cuando servimos nos vamos posicionando y ocupando un puesto de importancia que ni pensábamos íbamos a gustar.
El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado
Por eso un niño violado, abusado, maltratado o abandonado es un crimen también espiritual.
Se elimina un símbolo. El símbolo de seres humanos ajenos a la ambición de poder.
Y así el mundo prosigue su marcha hacia la oscuridad y tiniebla.
Benditos los adultos que preservan su voluntad de servicio por encima de esa ambición.
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MIÉRCOLES 7 DE TIEMPO ORDINARIO
Año Impar
Eclesiástico 2,1-13
Salmo responsorial: 36
Marcos 9,30-37
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