BEATO CARLO
Con los ojos en el Cielo
Hace poco
más de dos semanas fue beatificado nuestro gran amigo Carlo Acutis y una
alegría contagiosa flota en el aire. Uno ha sido testigo de cómo su vida y su
beatificación se han difundido por aquí y por allí en un tiempo inusitado. Hace
dos meses una gran mayoría no sabía quién era este joven y, sin embargo, la
difusión llegó al punto de que en estas semanas hubo notas en la radio y la
televisión sobre su vida y su testimonio de fe. Cientos de jóvenes han visto la
misa de su beatificación y muchos nos hemos emocionado hasta las lágrimas.
A cada uno
le causó algo diferente, sin duda. Para algunos es impactante la solidez y
madurez de su fe a su corta edad; para otros, su devoción por la Eucaristía o
su gran amor a la Virgen; a otros les llegan sus actos de caridad siendo tan
pequeño; a otros, su frescura y testimonio de vida; a otros, que sea una santo
bien “millennial” tanto por su edad o porque ya estaba metido en internet…
En fin, la vida de este joven supo ganarse los corazones de todos los que se
acercaron a él o, mejor dicho, de los que él eligió.
Pero
pensando un poco más profundamente, me preguntaba: ¿Qué es lo que Carlo nos
regaló a todos en estos días que hizo que los recientes acontecimientos
se “viralizaran” tan rápidamente y llegaran a impactar en tantos
corazones? ¿Qué fue lo que hizo que la atención de tantos creyentes se fijara
en su vida y en las celebraciones en torno a su beatificación? ¿Cómo puede ser
que unas pocas frases que nos quedaron de él, algunas imágenes y videos hayan
atraído tan fuertemente la atención de quienes lo miraban? Para mí, la
respuesta es que Carlo nos regaló por un instante poder poner la mirada
en el Cielo. Sí, en medio de la peor pandemia que pudiéramos haber
imaginado alguna vez, en medio de un encierro que nos asfixia, de un
aislamiento que nos arrojó a la más profunda soledad, las nubes de
nuestro cielo se abrieron y por un tiempito pudimos vislumbrar a lo que estamos
llamados: ¡al Cielo!
Carlo nos regaló por un instante poder poner la mirada
en el Cielo.
Y es que
cuando logramos poner nuestra mirada en el Cielo, todo se transforma porque nos
llenamos de alegría y esperanza. Porque cuando miramos al Cielo miramos a Dios,
cuando miramos al Cielo miramos lo que realmente importa. Cuando miramos al
Cielo una misteriosa certeza nos invade. Nos vuelve la dulce seguridad de saber
que en realidad todo tiene un sentido, recordamos que finalmente Jesús siempre
triunfa, que nuestros sueños aún pueden volverse realidad y volvemos a decirnos
que seguir a Jesús vale la pena, que no todo está perdido y que todo pasará.
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Cuando
miramos al Cielo, todo lo que tiene que ver con las preocupaciones de este
mundo se desintegra, se pulveriza, desaparece. Tantas cosas que llenan nuestra
vida, nuestra mente o nuestras horas se vuelven relativas, pasan a segundo
plano o incluso dejan de existir. Y queda lo esencial, que es el AMOR,
el amor que no pasará jamás. Por eso nos emocionamos, por eso nos
vuelve la alegría, por eso nos volvemos a llenar de esperanza, porque nos
quitamos ese peso de encima que nos hace creer que esto para nosotros no es
posible.
Y así la vida de Carlo también nos devuelve la alegría
de poder esperar llegar al Cielo, de ser santos.
Y así la
vida de Carlo también nos devuelve la alegría de poder esperar llegar al Cielo,
de ser santos. Porque
mirando su vida, observamos que no hizo nada de extraordinario, nada que no
esté a nuestro alcance, que no sea posible para nosotros. Sólo que él
tuvo la actitud necesaria, que es la docilidad al Espíritu Santo, el ser
fiel al caminito que la Iglesia le había enseñado: amar a Jesús, amar a la
Virgen, amar a la Iglesia, amar a los pobres y compartir esta Buena Noticia con
los demás, con sus familiares y amigos.
Con los pies
en la tierra, pero los ojos en el Cielo, Carlo corrió su carrera de la vida y
aunque podría haber hecho mucho bien en la tierra, mucho mayor es el
bien que nos hace ahora desde el Cielo porque desde allí hoy nos invita a mirar
hacia arriba y desear con todas nuestras fuerzas lo que a él ya le fue
regalado. Eso es lo que nos saca de nosotros mismos, de nuestras
tristezas, de nuestros bajones, de nuestra desesperanza y nos anima a seguir
caminando. Así, tan simple, tan sencillo…
Por eso,
Carlo, hoy te decimos: ¡GRACIAS! ¡Gracias por escuchar la voz
de Dios! ¡Gracias por ser fiel! ¡Gracias por la sencillez de tu vida! ¡Gracias
por ayudarnos a valorar la esperanza a la que fuimos llamados!
Y ahora sí, con mucha alegría te
decimos: Carlo Acutis, ¡ruega por nosotros!
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