Miércoles, XIII semana
Santa Teresa de
Jesús Camino de perfección 51
¿Quién
hay –por desastrado que sea– que cuando
pide a una persona de prestigio no lleva pensado cómo lo ha de para contentarle
y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha
de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro
buen Jesús? Cosa me parece para notar mucho. ¿No hubiérais podido, Señor mío,
concluir con una palabra y decir: «Dadnos, Padre, lo que nos conviene»? Pues, a
quien tan bien entiende todo, no parece era menester más. ¡Oh sabiduría de los
ángeles! Para vos y vuestro Padre esto bastaba (que así le pedisteis en el
huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, más dejástelo en la suya): mas
nos conocéis a nosotros, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo
estabais vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas
señaladas para que nos detuviésemos un poco en mirar siquiera si nos está bien
lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan
lo que queremos –con este libre albedrío que tenemos–, no admitiremos lo que el
Señor nos diere, porque, aunque sea lo mejor, como no veamos luego el dinero en
la mano, nunca nos pensamos ver ricos. Pues dice el buen Jesús: Santificado sea
tu nombre, venga a nosotros tu reino. Ahora mirad qué sabiduría tan grande de
nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en
este reino. Mas como vio su majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni
engrandecer, ni glorificar, ni ensalzar este nombre santo del Padre eterno
–conforme a lo poquito que podemos nosotros–, de manera que se hiciese como es
razón, si no nos proveía su majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el
buen Jesús lo uno junto a lo otro.
REFLEXIÓN
Pedir desde la experiencia
de reino que vayamos haciendo perfora nuestra oración con Espíritu Santo y la
eleva a la presencia del Padre celestial. Porque nuestra experiencia de reino
se nos da en las bienaventuranzas vividas y compartidas. Y sólo esa vida de
pobreza, pacificación, dar y recibir misericordia, afrontar la odiosidad de los
injustos y demás dicta el modo y el cuánto de la oración con el Espíritu de
Jesús.
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