De la homilía de un autor del siglo segundo(Caps. 3,1-4, 5; 7,1-6: Funk 1,149-152)
CONFESEMOS A DIOS CON NUESTRAS OBRAS
Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En primer lugar,
no ha permitido que quienes teníamos la vida sacrificáramos ni adoráramos a dioses
muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al conocimiento del Padre de la
verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no apostatar de aquel por quien lo hemos
conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo
también me pondré de su parte ante mi Padre. Ésta será nuestra recompensa si nos
ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y cómo nos pondremos de su parte? Haciendo
lo que nos dice y no desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente
con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente.
Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su corazón está
lejos de mí.
No nos contentemos, pues, con llamarlo: "Señor", pues esto solo no nos salvará. Está
escrito, en efecto: No todo el que me dice: "Señor, Señor", se salvará, sino el que practica
la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras obras, amándonos los unos a
los otros. No seamos adúlteros, no nos calumniemos ni nos envidiemos mutuamente,
antes al contrario, seamos castos, compasivos, buenos; debemos también compadecernos
de las desgracias de nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero.
Mediante el ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor, en cambio, no lo
confesaremos si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos
temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor: Aunque vosotros
estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis mandamientos, os rechazaré y os diré:
"No sé quiénes sois. Alejaos de mi, malvados".
Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha comenzado y
que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no todos son coronados, sino
que el premio se reserva a quienes se han esforzado en combatir debidamente.
Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos todos ser coronados. Corramos por
el camino recto, el combate incorruptible, y naveguemos y combatamos en él para que
podamos ser coronados; y, si no pudiéramos todos ser coronados, procuremos acercarnos
lo más posible a la corona. Recordemos, sin embargo, que, si uno lucha en los combates
corruptibles y es sorprendido infringiendo las leyes de la lucha, recibe azotes y es
expulsado fuera del estadio.
¿Qué os parece? ¿Cuál será el castigo de quien infringe las leyes del combate
incorruptible? De los que no guardan el sello, es decir, el compromiso de su bautismo, dice
la Escritura: Su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los
vivientes
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