Sábado, XXX semana
Santa Catalina de Siena Diálogo 134
El Padre eterno puso, con inefable
benignidad, los ojos de su amor en aquella alma y empezó a hablarle de esta
manera: «¡Hija mía muy querida! Firmísimamente he determinado usar de
misericordia para con todo el mundo y proveer a todas las necesidades de los
hombres. Pero el hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que
tenga vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo. Pero
yo, a pesar de ello, no dejo de cuidar de él, y quiero que sepas que todo
cuanto tiene el hombre proviene de mi gran providencia para con él. «Y así,
cuando por mi suma providencia quise crearlo, al contemplarme a mí mismo en él,
quedé enamorado de mi criatura y me complací en crearlo a mi imagen y
semejanza, con suma providencia. Quise, además, darle memoria para que pudiera
recordar mis dones, y le di parte en mi poder de Padre eterno. «Lo enriquecí
también al darle inteligencia, para que, en la sabiduría de mi Hijo,
comprendiera y conociera cuál es mi voluntad, pues yo, inflamado en fuego
intenso de amor paternal, creo toda gracia y distribuyo todo bien. Di también
al hombre la voluntad, para que pudiera amar, y así tuviera parte en aquel amor
que es el mismo Espíritu Santo; así le es posible amar aquello que con su inteligencia
conoce y contempla. «Esto es lo que hizo mi inefable providencia para con el
hombre, para que así el hombre fuese capaz de entenderme, gustar de mí y llegar
así al gozo inefable de mi contemplación eterna.
REFLEXIÓN
El mensaje choca con nuestro modo actual de preferir pensar porque sobre la voluntad hoy ponemos los afectos, importantísimos para la motivación, pero confusos sino son debidamente purificados los desordenados. Y también choca con la evacuación que hemos hecho de la divinidad en Jesús, única potencialidad que puede conferir la vida nueva que se manifiesta en Él.
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