San Padre
Crisólogo Sermón 43
Tres son,
hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea
constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el
ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, y la
misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única
cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto es el alma de la
oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlas,
pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo
no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien
ayuna, que se compadezca: que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar,
desea que se le oiga, pues Dios presta oído, a quien no cierra los suyos al que
le suplica. Que el que ayuna, entienda bien lo que es el ayuno; que preste
atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que
se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que
responda, quien desea que le responda a el.
REFLEXIÓN
Nada santo y bueno lo es en sí para nosotros, si no produce fraternidad: la oración debe producir escucha, el ayuno debe producir solidaridad, la misericordia debe obtenerla para sí, se da a otros.Es decir: nada santo es de consumo individualista o egocéntrico, sino que se desborda a otros que necesitan, como nosotros hemos necesitado.Orar, ayunar y tener misericordia es un débito, mucho más que el conyugal, porque trata de lo profundo, no de la superficie del cuerpo.
Es un
indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro. Díctate a ti mismo
la norma de la misericordia de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez
con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como
quisieras que los otros se compadezcan de ti. En consecuencia, la oración, la
misericordia, y el ayuno, deben ser como un único intercesor en favor nuestro
ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.
REFLEXIÓN
Si fuera de otro modo, no se eliminaría la
hipocresía, tan criticada a los fariseos, sino que más bien se prolongaría,
corrompiendo la fe cristiana inspirada en el modelo Jesús de Nazareth.
Recobremos,
pues, con ayunos lo que perdimos por el desprecio: inmolemos nuestras almas con
ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo
que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón
quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y
ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio
santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé
esto a Dios, no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a sí mismo
para darse. Pero para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir
después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no le riega, el
ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza; lo que es la
lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que
perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios, y siembre
las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no
cosechará fruto alguno. Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si
ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en
tu granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de
repartir; al dar al pobre te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de
dar a otro, no lo tendrás tampoco para ti.
REFLEXIÓN
No se trata de un automatismo sino de una proporcionalidad, que dicta el Espíritu en el corazón.
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